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La piña y la pizza

El mundo se va llenando de dogmas de fe y de herejes, inamovibles todos en nuestras particulares trincheras

Lo siento. Me gustaría tener las ideas claras y poder disertar con rotundidad en uno u otro sentido, a favor o en contra; sobre el indulto a los condenados por el procés; los elegidos por Luis Enrique para disputar la Copa de Europa; la idoneidad del impuesto de sucesiones; la pizza con piña o sin ella, u otros temas de actualidad. Pero no soy capaz del blanco, ni del negro, y me he instalado en un gris que en nada pega con el sol del verano que llama a nuestras puertas. Las certezas se entienden más rápido que las dudas; y para aquellos que las comparten significa sentir que no están solos con sus criterios, que hay otros que los comparten, que forman parte de un grupo. Las dudas, pese a los halagos de los filósofos que consideran que dudar es pensar; aparecen más vinculadas a espíritus que viven al margen de las manadas o los equipos. En tiempos donde quien carece de un dogma al que adorar y servir, se entiende como alguien peligroso, sin creencias y poco decidido; nadar entre orillas firmes se asemeja a dejarse arrastrar por las corrientes sin hacer nada para evitarlo. Y no es así. Hay dudas muy razonables y sólidas, sobre todo en un tiempo en el que cada vez tenemos menos interrogantes en el relato de nuestras vidas, y más principios inamovibles. Nos estamos haciendo hooligans irascibles de nuestras ideas y no le damos ni medio milímetro de razón a quien no piensa como nosotros. Y así el mundo se va llenando de dogmas de fe y de herejes, inamovibles todos en nuestras particulares trincheras. Pero y si ¿estuviésemos equivocados? Y si ¿los otros tuviesen al menos cierta parte de razón?

Dirán de nosotros, los que dudamos, que estamos acomplejados, que carecemos de la solidez necesaria e incluso que no somos de fiar por falta de convicciones. Como si no fuera posible ser del Barca, pero admirar a Zidane; o ver razones a favor y en contra en temas complejos como el indulto o el aborto; o sentirse republicano, pero defender al actual rey por su gestión como máxima autoridad del estado. La realidad tiene muchos grises, no todo es blanco o negro y dudar en ocasiones es razonable. Pero también hay certezas. La más obvia, pese a que con frecuencia la olvidamos, consiste en el hecho de que nadie tiene la razón plenamente en nada y que por tanto hay que dialogar y ceder para llegar a acuerdos que nos permitan sentirnos cómodos todos en un cuerpo común. La segunda, que la gastronomía admite todo tipo de fusiones, pero la pizza jamás con piña.

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