Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

EL mes pasado me pilló en la playa de Villaricos, en pleno Levante almeriense, donde he pasado las vacaciones, un suceso del que dio buena cuenta en sus páginas el Diario de Almería: ante los atónitos ojos de los bañistas apareció varado en la orilla un bicho feísimo, de cuatro metros de longitud, que nadie logró identificar. Parecía un arenque gigantesco ensamblado por un dios principiante. Unos hablaron de dragones, otros de extraterrestres; hubo quien achacó el engendro al cambio climático, y otros, con más gracia, a las bombas de Palomares. Al final los presentes optaron por enterrar al monstruo allí mismo, igualito que a una sandía, aunque algunos hubiésemos preferido prepararlo en adobo. Más tarde apareció algún biólogo listillo y echó un jarro de agua fría aclarando que se trataba de un pez remo, una criatura también conocida como pez sable o pez cinta, que puede medir hasta quince metros y sólo habita zonas abisales, de entre doscientos y mil metros de profundidad; o sea, que el animalito tenía un despiste de narices. Visto allí, fuera del agua, tan lejos de su sitio, por más que fuese tan feo y empezase a oler mal, daba pena. Como dan pena los que se pierden y no saben regresar.

Desde que este pez remo tuvo tan triste final, la idea del despiste no deja de rondarme la cabeza. Creo que la tarasca marina brindó una representación bastante exacta del ciudadano andaluz, español, y lo que ustedes quieran, de este siglo. Y es que el homo whatsapp es, en esencia, un ser despistado. Su despiste proviene de una ilusión: cree que vive en un país democrático, estable, sometido a severos aprietos pero, en cualquier caso, garante de unos derechos por los que sus padres y sus abuelos se partieron la cara; ésta sería, digámoslo así, su zona abisal. En ella todo es mejorable, pero al menos dista mucho de los infiernos árabes, griegos y africanos en los que la supervivencia se vende cara y todo se reduce a cenizas. Y esto es lógico: tales lugares remotos todavía tienen que culminar la Transición que la zona abisal de nuestro pez remo tan limpia y ejemplarmente cumplimentó en su día.

Sin embargo, más allá de la ilusión, la realidad la construyen partidos que eliminan pruebas, gobiernos corruptos, presidentes a los que no ha votado nadie, sindicatos enfangados o directamente comisarios del latrocinio y banqueros que se encogen de hombros. Nada parecido a aquella democracia de rigor. El problema es que el despiste, como ocurrió en Villaricos, puede ser fatal. Y que el golpe que confirme que no, que ésta no era nuestra zona abisal y que andábamos perdidos, ya no tendrá remedio.

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