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tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Sin periodismo no hay democracia

AYER, Día Mundial de la Libertad de Prensa, los periodistas exteriorizaron, en manifestaciones públicas, su preocupación por un futuro profesional incierto. El lema común a las iniciativas, desplegadas en todo el país, ha sido: "Sin periodistas no hay periodismo; sin periodismo no hay democracia".

Podría suponerse que esta presencia pública tenía algún sesgo político, relacionado con los recortes del Ejecutivo, o que se limitaba a planteamientos netamente laborales, pero en ella ha predominado un sentido ético. Como se advirtió en la concentración de Madrid, encabezada por Elsa González y Carmen del Riego, presidentas de los periodistas de España y Madrid, respectivamente, allí acudieron de todos los medios, sin distinción de barricadas... Un intento de recuperación de la autoestima, que coloca a los periodistas au-dessus de la mêllé, por encima de las trifulcas ideológicas.

Las miradas cruzadas son necesarias en las orientaciones que marcan la pluralidad democrática de los medios, pero, cuando trascienden a otros planos, como los que derivan en guerrillas auxiliares de intereses oscuros, se esteriliza la ética. El periodismo está sujeto, necesariamente, a las reglas de juego democrático. La defensa de la prensa se argumenta en la pluralidad, en la independencia, en la libertad que nace de quienes entienden, como objetivo final de su actividad, la atención al derecho constitucional a la información.

Los periodistas anglosajones suelen distinguir claramente entre información y opinión, y sostienen un criterio básico y elemental: "la información es sagrada, la opinión es libre". La confusión entre opinión e información, y el manejo caprichoso de la agenda como arma de la confrontación política, contribuyen a la polarización, al desencuentro cívico -algo distinto al debate y la necesaria acción crítica-, y parece que buscan, más que audiencias, hooligans, tribus. El concepto de opinión pública se argumenta en otros nutrientes.

La precarización que sufren las redacciones de los medios es muy anterior a la crisis económica y afecta a la independencia y a la calidad de la democracia. Forma parte de otras turbulencias, de burbujas que no han sido hinchadas por los vientos de la ética, en ocasiones activadas como instrumentos de blanqueo de conductas opacas o parapetos a la transparencia. La salida de la crisis, la que nos sitúa más allá de las miserias que envuelven el presente, está, necesariamente, en el camino de la transparencia, de la luz y taquígrafos que históricamente construyó los mitos fundacionales del periodismo en las sociedades libres y democráticas.

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