Columna vertebral

Ana Sofía Pérez / Bustamante

El pequeño (Frank) Einstein

UN día dijo Franky de pronto: "Que me han seleccionado para la Olimpiada Matemática". Mamá entró en trance, pero Franky, con la pubertad ya muy incubada, no mostró el más mínimo entusiasmo. En la reunión informativa se comunicó a los padres de l@s seleccionad@s que, de cientos de chavales de Andalucía Occidental, elegirían a 25, más diez suplentes. La inclusión en el programa, destinado a promocionar la ciencia de alto nivel, suponía un compromiso: dos años de clase de 10:00 a 13:30 en Sevilla. Los progenitores de l@s talentos, que se creían liberados del cautiverio de la actividad extraescolar, empezaron a despotricar. La madre de Franky tuvo una iluminación: no le contaría a su hijo las condiciones. Pero él se enteró y su reacción fue la previsible: "¿Más clase y en sábado? Yo tengo MI VIDA. Passo". La vida de Franky era la normal: ir al cole, hacer tarea, fútbol, kárate, 300 abdominales al día (compatibles con kilos de delikatesen de barraca), picardear con los amigos, enamorarse de niñas imposibles, chatear hasta la paterna expulsión del ordenador, observar los progresos de su vello viril, peinarse con efecto viento y partir cabezas en el pressing catch de la play. Franky simulaba ignorar que su vida no era tan suya. Su madre, artera como todas, se arregló para liarlo mezclando la minusvaloración (no saldrías elegido) con el reto (¿Y si fueras un genio? ¿No tienes curiosidad?). Y vino el gran día. Al llegar a la concentración de emocionados padres pantojiles resultó que la mayor parte de los candidatos se había metido en la web Thales a resolver exámenes de otras convocatorias. Franky no (ni mamá ni él se acordaron. Él por desidia y su madre porque salió convencida de que la imaginación matemática si no nace, no se hace). Pero salió contento de la prueba, a diferencia de sus colegas, cuyas madres andaban mortificadas ("Un mal día lo tiene cualquiera"). La de Franky había oído decir que los matemáticos están locos. Un hijo matemático puede ser peor aún que un hijo poeta, y una Mamma no desea que su prole sea superdotada sino feliz. Pero Franky no se engañaba: "Como salga elegido, passso, ¿eh? Que te conozco". Mamá y Franky realmente se conocían. (¿Continuará?).

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