El nuevo año vendrá con un pan bajo el brazo: el fin del peaje en la autopista. Un pan a caballo entre las teleras de Las Cabezas y los molletes de la Sierra gaditana, por el caminito de Arcos, un pan con miga para repartir en abundancia, que no migajas, en busca de derribar una eterna barrera económica. El fin del peaje abre una nueva etapa con el horizonte más despejado. Más coches, sí, pero también, quizás, más oportunidades de crecimiento. Cae un peaje pero quedan otros por los que Cádiz paga un precio demasiado alto. El peaje del color político, de quien gobierna en una administración para hacer imposible la vida a la otra administración. El peaje de la complacencia, de ese defecto hecho virtud que deriva muchas veces en conformismo y que se defiende con el manido, y peligroso, '¡qué bonito es Cádiz!'. O el peaje, al lado contrario, del derrotismo, de la crítica sin argumentos que tanto daño hace a esta tierra.

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