EL dimitido Francisco Fernández, líder de la UGT andaluza hasta hace dos días, enmarca el escándalo, que siempre es subjetivo, en una estrategia de la derecha. No le perdonan, ni a ellos ni a Comisiones, que fueran la última razón por la que el PP no pudo gobernar tras las pasadas elecciones autonómicas. Y es verdad: la campaña de los sindicatos evitó la mayoría absoluta del PP porque a Javier Arenas, que es docto en centrales obreras, se le escapó esta acción soterrada y eficaz que cobró sentido con la aprobación de la reforma laboral. Este razonamiento, que no es nuevo, ni es del PP ni del PSOE ni de las propias centrales, sino que es un hecho objetivo, no resta un átomo a la gravedad de lo sucedido en UGT, donde se emborracharon de impunidad. Cuando esto vaya pasando, y sin la gravedad de este caso en concreto, nos preguntaremos qué era aquello de la paz social, ese concepto que se compraba con los dineros de los acuerdos de Concertación Social entre la Junta, los dos sindicatos y la patronal de la CEA, tres estructuras necesarias pero burocratizadas, megalocéfalas, opacas, blindadas, para las que el paro ha sido una forma de vida. A todas, habrá que refundarlas, a todas. UGT, al borde de la extinción; Comisiones, a salvo de momento, y la CEA, llenando espacios, se hizo dueña de las cámaras y sólo se ocupó de unos intereses muy concretos. Pues sí, la paz era esto.