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José Antonio Carrizosa Ismael Yebra

El patio de butacas De qué vive la gente

Veremos como a corto plazo esto termina en un trato privilegiado para Cataluña en el reparto de fondos de la UECuando se ven las cifras del paro no se acaba de comprender que las terrazas de los bares estén llenas

Llenar el patio de butacas y los palcos del Gran Teatro del Liceo con la sociedad civil -sea ello lo que sea a estas alturas del siglo- para que lo escuchen a uno durante un rato debe de impresionar mucho. El Liceo no es cualquier sitio: es la historia viva de la burguesía catalana, esa que hasta no hace tanto tiempo representaba el dinamismo económico y la conexión cultural con Europa y con el mundo, la que convirtió Barcelona en el elemento modernizador de una España de boina y caspa. La misma que se echó en brazos de Pujol y que de alguna forma se hundió con él. La que dejó de ser moderna y emprendedora cuando el nacionalismo convirtió Cataluña en una comunidad cateta y replegada sobre sí misma. Es la misma burguesía que ahora intenta nadar y guardar la ropa y que vive en una permanente indefinición sobre su papel en la espiral suicida en la que parece haber entrado Cataluña.

La parafernalia del acto de Sánchez para justificar los indultos que lo van a ayudar a mantenerse en el poder es la propia del que ha decidido optar por la desmesura porque sabe que la propaganda es capaz de hacer digerible hasta las barbaridades más evidentes. Y la de los indultos lo ha sido. Soy de los convencidos de que sacar de la cárcel a los condenados por el intento de violentar la Constitución en 2017 hubiera sido una buena idea si pudiera servir para algo. Si de verdad fuera útil para abrir una vía de diálogo que permitiera un mejor encaje de Cataluña en España para las próximas décadas. La solución final del problema catalán, como adelantó Ortega hace un siglo, no está al alcance de esta generación ni de la siguiente, pero hay que buscar fórmulas para "conllevarlo" de la mejor manera posible.

Pero no. Los propios indultados y el mundo radical que los rodea se han encargado de proclamar a los cuatro vientos que el perdón gubernamental no va servir para nada. Sólo para mantener a Pedro Sánchez en el poder hasta que él vea conveniente convocar elecciones, que era lo que se quería demostrar. A los independentistas catalanes se les da un balón de oxígeno y el problema que estaba adormecido desde hace cuatro años se vuelve a poner en el primer plano de las preocupaciones nacionales. Al final veremos como a corto plazo esto va a terminar con un trato privilegiado para Cataluña en el reparto de los fondos europeos. Y más adelante, ya se verá.

VAYA por delante que no me interesa lo más mínimo la vida de nadie ni meterme donde no me llaman. Jamás he visto un programa de ese género tan exitoso que es el de los cotilleos ni de esos mentecatos que se encierran en una casa o una isla para ver aflorar lo más primario de cada uno de ellos y lo más necio del televidente. Sé que existen ese tipo de espacios por la información que dan los índices de audiencias y las referencias que de ellos hacen la prensa escrita y algún que otro articulista. Resulta penoso que haya personas que logren suculentas sumas de dinero por despellejar a sus padres o a sus ex parejas, pero lo es aún más que millones de personas dediquen una buena parte de su tiempo a seguir esas necedades, a no ser que sean una puesta en escena, un circo mediático como el del pressing catch.

Es una razón contundente que cada uno vive de lo que puede y a veces de lo que quiere, de la misma forma que puede elegir, mando a distancia en mano, el programa que le apetezca, hasta ahí podríamos llegar. El gran favor que la programación televisiva le hace a la cultura y a las personas interesadas en ella, es que no les roba el tiempo para otras actividades como la lectura, escuchar buena música o simplemente pasear y conversar. Tampoco son mejores las personas que leen que las que no leen, los amantes de la música clásica que los que prefieren el rock duro, los que hablan bajito que los que lo hacen a voces, pero cierto es que los primeros molestan menos.

Cuando se leen las cifras de paro en determinadas provincias, la cantidad de empresas que han desaparecido, los negocios que han echado el cierre, las familias que no tienen recursos, los jóvenes que no encuentran su primer empleo o los que lo consiguen en precario, no se acaba de comprender que las terrazas de los bares estén llenas, que para ir a un restaurante a cenar un fin de semana haya que reservar con bastante antelación, que en muchas casas haya más coches que personas, que sea imposible conseguir alojamiento en casas rurales nada más se junten tres días seguidos de fiesta y así podríamos seguir con determinados espectáculos musicales y competiciones deportivas. Las empresas dedicadas al turismo afilan ya sus armas esperando la movilidad absoluta, tan pronto se alivien un poco las cifras de afectados por la pandemia. Es lógico preguntarse, como Josep Pla, ¿y esto quién lo paga?

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