Paisaje urbano

Eduardo / osborne

El partido vacío

LA caída libre del Partido Socialista tras los tristes episodios de la semana pasada hasta la traca de la reunión del sábado en Ferraz, me cogió acabando el sugerente ensayo de Sergio del Molino La España Vacía, una reflexión aguda y brillante sobre esa amplia parte de nuestro territorio que ha vivido de espaldas al auge de las grandes urbes, a modo de enganche con la visión culta y paisajista de los escritores del 98. Como El gran trauma define el autor la situación de miles de vecinos que han vivido con el estigma de haber crecido sin apenas nadie a su alrededor.

Salvando las distancias, cualquiera de las dos expresiones hubiera valido para dar título a este artículo, pero me he decantado por la primera porque, pienso, el Partido Socialista, el centenario, el de gobierno, el gran estabilizador, es ahora un partido vacío. Vacío de liderazgo, entre los que se van forzados por las circunstancias y los que llegan sin un mínimo bagaje. Vacío de discurso, manido por repetido el de guardián del Estado del bienestar, cuando aquí el más conservador tiene algo de socialdemócrata. Vacío de ideas, hipotecado por el centro derecha con sus cansinas apelaciones a la memoria histórica y a la ideología de género, y falto de legitimidad ante la izquierda por su disimulada afición a navegar por las aguas del poder y del dinero.

Poco antes de precipitarse por el terraplén, Pedro Sánchez dijo, quizás, lo más sensato que le hemos oído. ¿Cuál debe ser el sitio del Partido Socialista hoy? Sin su reiterado no a la investidura con Gobierno alternativo ni la abstención ante aquella, sólo quedaban las terceras elecciones o, lo que es lo mismo, el desastre. Cualquiera con sentido común ve un disparate montar un Gobierno con 85 diputados, y otro tras la enésima derrota posiblemente se hubiese ido antes a su casa, pero hubiese sido más edificante en todo caso que esto mismo se le hubiese dicho con claridad hace ya algunos meses. En su grotesca operación de derribo ha habido mucho aparato, mucho reglamento y muy poca confrontación de ideas.

La abstención que nadie se atrevió a pedir, y que todos en su día se apresuraron a negar, tendrá que ser administrada ahora en las peores circunstancias por la gestora constituida, que habrá de poner al partido en disposición de afrontar este estado de indefinición, este vacío, su gran problema. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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