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Carlos Colón
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perversiones gastronómicas
Estamos ante una pequeña ciudad que se construye de espaldas al sol y está frente al mar. Las líneas rectas y la visión tectónica contrasta con un entorno orgánico inundado por la naturaleza del parque natural. El emplazamiento tiene, a pesar de su pretendida modernidad, esa imagen de aislamiento monacal del mundo. Necesitamos estar al margen para ingeniar, para imaginar, dar solución a los problemas y respuestas al futuro.
Por un momento el visitante puede verse sorprendido por un dulce Déjà vu y trasladarse al monasterio del Cuervo, situado en el término de Medina Sidonia, en la sierra Blanquilla, dentro del Parque Natural de los Alcornocales, actualmente en ruinas y rodeado por una densa vegetación. No se lo crean pero la Escuela de Ingeniería tiene pasillos conventuales que parecen salas para la meditación y el silencio creador y reflexivo. De hecho soy capaz de imaginarme al arquitecto del centro, el gaditano Rafael Otero, como un Carmelita Descalzo del siglo XVIII, orden monástica que construyó el convento asidonense hace trescientos años.
Los monjes oraban, nuestros científicos producen conocimiento. La ciencia y la fe necesitan espacios de serenidad para invocar la inspiración y este edificio es una bellísima obra que merece la pena visitarse y que la ciudadanía la haga suya. La estructura de peine, con una gran calle central que distribuye varias palas en dos plantas permite abrir espacios diáfanos, limpios, blancos y grises que solo son interrumpidos por notas de color de tapices de seda de Luis Gonzalo.
Una comunidad universitaria de más de dos mil personas con docentes, alumnos, personal de administración y servicios y científicos completan ese gran ecosistema que cada día desarrolla un servicio público necesario y digno. La oferta académica e investigadora la representan siete títulos de grado con talleres y laboratorios.
Y en último lugar, y delimitado como un apéndice del propio edificio, tienen que llegar a la cafetería que se presenta como un cubo que se alza cual atalaya sobre la masa boscosa. Éste es el espacio perfecto para socializar y dar sentido al intercambio de ideas. El edificio es tan cartesiano y tan duro que el que lo concibió no le permitió construir un ágora amable. Pero de forma natural la cantina ha ocupado ese espacio para el encuentro y Rubén y Roberto, que llevan dieciséis años en el oficio de la hostelería universitaria, son los anfitriones perfectos.
El espacio está ideado como una gran sala acristalada preñada de luz. Impresionante la imagen de la Bahía desde este punto estratégico. Salgan a su terraza y disfruten de un desayuno con un manto verde de pinos y al fondo la lámina de agua, las estructuras industriales y el nuevo puente que se empina hacia la histórica capital gaditana.
Los ciudadanos necesitan apropiarse simbólicamente de estos espacios. Hay que convivir con el conocimiento y las autoridades académicas tienen el deber de abrir las puertas de la ciencia a todos. Entren sin miedo y sin complejos en la universidad aunque no pertenezcan a ella. El conocimiento no es arrogante, aunque algunos dirigentes de la academia ejerzan su poder desde la pompa, el boato y la púrpura.
La cafetería abre de lunes a viernes de 8 a 20 horas y ofrece comidas, buenos bocadillos y económicos menús del día de calidad a cinco euros. No se pierdan el salmorejo, el pollo al horno, el pastel de berenjenas. Las papas con chocos y la merluza en salsa verde son obras de arte y tienen buenos tintos y blancos para completar su carta. Solo cierran en agosto y están abiertos a cualquier tipo de evento gastronómico en este increíble y privilegiado lugar.
Desayunen como reyes y almuercen como príncipes en este Palacio de Cristal sobre la Bahía.
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