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Calle Ancha

Alberto Ramos / Santana

¡En qué país vivimos!

ESA expresión, ¡en qué país vivimos!, que nunca me ha gustado, por considerarla denigratoria y lamentable, es la que me ha venido a la cabeza cuando he conocido la noticia de que una jueza, sí jueza, ha retirado la custodia a una maestra por trabajar fuera de casa. La argumentación del auto es que, al estar el ex-marido prejubilado por invalidez, tiene más tiempo para atender a los hijos que la maestra, a pesar de reconocerse en la sentencia que el horario laboral de la mujer coincide con el que pasan los hijos en el colegio. En la sentencia que ha dictado una jueza que ejerce en San Fernando se alude a la condición de mujer trabajadora de la maestra para conceder la custodia y cuidado de los hijos, de seis, diez y doce años, al padre, quien tiene una incapacidad permanente absoluta, y por tanto, según la jueza, más tiempo para cuidar de los niños.

No tengo nada contra que un padre separado o divorciado pueda tener la custodia de los hijos habidos en un matrimonio que se rompe. Antes al contrario, siempre me he quejado de que, sistemáticamente, los jueces y las juezas otorguen la custodia de los hijos, y con ello el disfrute de la vivienda común y una pensión, a las mujeres. Pero este caso me parece insólito.

Cuando te enteras de algo así, hay un comentario fácil, casi frívolo, que te lleva a preguntarte si la jueza que dicta una sentencia así estará casada y tendrá hijosý, y por tanto si considera su trabajo compatible con la hipotética vida familiar y de madre. Pero el asunto tiene bastante más detrás, pues, en unos días en los que las estadísticas sobre la violencia de género vuelven a superar los máximos de años anteriores, como una reafirmación de la supremacía del varón sobre la mujer; cuando hay quienes argumentan que las responsables del paro son las mujeres casadas que trabajan fuera de casa; cuando hay quienes predican la sumisión de la esposa al esposo como la fórmula perfecta para la convivencia familiar y entre los géneros, sentencias como esta son auténticos torpedos contra la línea de flotación de la igualdad entre mujeres y hombres.

No se puede medir el valor de la educación y cuidado de los hijos por las horas, que aparentemente, puede dedicarles el cónyuge que no trabaja. No cuida ni educa mejor quien pasa más tiempo en la casa, si no quien se entrega mejor a la tarea. La educación y cuidado de los hijos no es cuestión de cantidad, si no de calidad. En eso es en lo que deberían fijarse quienes tienen que determinar la custodia de los hijos en los casos de separación y divorcio. Y no en quien está más tiempo en el hogar, sobre todo cuando ese hogar se ha roto.

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