Opinión

Antonio Prieto

El padre lo soñó, el hijo lo hizo

SOY ya viejo y casi tengo que escribir en aquellas antiguas planas para no salirme de líneas e irme en este caso al padre de José Manuel Lara y de su hermano Fernando, sobre los que también tuve que escribir en momentos semejantes.

Bien. Con ello marco ya mi fuerte relación con los Lara y su editorial desde 1955, cuando gané el Premio Planeta. El padre, Lara Hernández, tenía por aquellos años la gran ilusión sevillana de hasta creerse jugador del Sevilla y, sobre todo, de hacer algo especial por su tierra como una fundación cultural. Era un sueño que hizo realidad su hijo mayor, José Manuel, haciendo realidad la Fundación José Manuel Lara instalada durante tantos años en la calle Fabiola, ya historiada y que cuenta con un importante curso editorial como la colección Clásicos Andaluces donde pronto aparecerá la Obra Completa de Gustavo Adolfo Bécquer y su iniciación con el Laberinto del cordobés Juan de Mena. En cierta medida, esta colección importante heredaba la colección Ensayos/Planeta, editados en Barcelona, que se inició en 1960 y que el padre se encargó de dirigir. En parte, los Clásicos Andaluces siguieron esta huella de seriedad científica.

El aula de conferencias de la Casa Fabiola ofreció al mismo tiempo una serie de conferencias, con la presencia de catedráticos como Pedro Cerezo en el ciclo dedicado a la gran malagueña María Zambrano. Cabe señalar que en el piso bajo de la fundación se instaló, traído de Barcelona, el despacho íntegro que el fundador de Planeta tenía en esa ciudad.

Homenajes, calles a su nombre, etcétera, testimonian la presencia y la vinculación de los Lara, padre e hijo mayor, a Andalucía en general y a Sevilla en particular, donde desde varios años se celebran los premios de novela Fernando Lara en recuerdo de la muerte del hijo, Fernando, en accidente de automóvil.

Apenas, sin tiempo y con emotivo sentimiento, he podido redactar estas líneas que señalan, muy incompletas, la vinculación de José Manuel Lara Bosch con una tierra a la que amó, de lo cual fui testigo. No sé si ahora, camino de esa inmortalidad y eternidad que Sócrates le explicaba a sus amigos en las páginas del Fedón platónico, José Manuel podrá leerme y censurarme con su vital humor que le acompañó hasta el sábado. En todo caso comprenderá cómo le decimos hasta pronto, y que me perdone.

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