Un otoño de los antiguos

Este año, no por ello hay que estarle agradecidos al Covid, parece que vamos a vivir un otoño de los antiguos

El otoño, como la primavera, llega cuando quiere, sin que nadie sepa cómo ha sido. A la primavera le sobran autores de ripios y parlanchines de verbo fácil. Al otoño, en cambio, le faltan admiradores y degustadores de sus encantos. Aunque según el calendario hace un mes que finalizó el verano, ahora es cuando realmente se nota el cambio de estación. La llegada de la lluvia, consustancial con el otoño, las tardes cortas de colores ocres por las colinas del Aljarafe, las mañanas luminosas de cielo intensamente azul y las primeras sensaciones de frío nos invitan a volver al orden, a vivir de forma más sensata y organizada.

Para los que todavía no hayan tomado conciencia de ello, el cambio de hora les hará entender que el ritmo frenético del verano no hay ciudad que lo aguante ni cuerpo que lo resista. El verano se ha vuelto loco. Es la estación de la diversión frenética y desquiciada, de la misma forma que el otoño supone una vuelta a la cordura. Y este año, no por ello hay que estarle agradecidos al Covid, parece que vamos a vivir, quien sobreviva, un otoño de los antiguos. Un mes de noviembre con calles del centro sin grupos de extranjeros siguiendo una banderita, ni plazas repletas de veladores con clientes tostándose al calor de una estufa como si fuesen pollos dando vueltas en el asador. Un otoño en el que gracias a la disminución del tráfico rodado, se podrán oír las campanas de los conventos tocando a coro, los relojes públicos marcando las horas o el ruido de las canales los días de lluvia.

Son sonidos olvidados. Muchos jóvenes no sabrán de qué se les habla y muchos no tan jóvenes se habrán olvidado de ello. La memoria tiene esas cosas: es frágil, volátil y olvidadiza. La vuelta del olor de las calles a castañas asadas o las noches de conversación en torno a una mesa camilla, forman parte del pasado. El mundo no valora ya esas cosas, no son productivas, no dejan nada en caja. Los cafés desaparecieron de Europa porque no van con la mentalidad actual, no son rentables. Interesa la copa de pie, la ración de camelo, el gin-tonic.

Casi tendría que pedir disculpas a los lectores por escribir estas cosas y no hacerlo sobre la pandemia, los desmanes de los políticos o el futuro incierto que nos espera, pero también se cansa uno de darle vueltas a lo mismo y seguro que muchos de ustedes también estarán hartos de oír mentiras y falacias.

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