Vivimos una de esas situaciones en las que, parafraseando al bueno de Bertie Wooster, no nos sería difícil afirmar que si el santo Job llamara a nuestra puerta podríamos sentarnos con él a intercambiar historias de mala suerte hasta la hora de acostarnos. No sé si Nostradamus tendrá alguna cuarteta dedicada a estos años, ni que haya un Santos Discépolo para dedicarle un tango como aquel Cambalache que clavó el atormentado siglo XX. Porque ¿quién nos iba a decir que después de sufrir una pandemia nos enfrentaríamos a una crisis económica y a una guerra a las mismas puertas de Europa? Amén de una inflación desatada, unos tipos de interés al alza y para más inri, la amenaza rusa de enviarnos al General Invierno en forma de cortes de gas. Por no hablar de la sequía y el sempiterno cambio climático, que unos toman a chufla y del que otros hacen una tragedia, sin valorar, ninguno de ellos, razonablemente su importancia.
Informarse es sufrir. Abres un periódico y te sientes caer al pozo de la más absoluta desesperación. El presente es un mal sueño y parece que el futuro una pesadilla. Crisis, guerra, polarización y enfrentamientos políticos… Todo nos devuelve a un pasado que creíamos olvidado y que nos hace temer al porvenir. Miedo que siempre ha generado reacciones emocionales e irracionales que abren puertas y ventanas al populismo y, lo que es peor, avivan soluciones autoritarias para nuestros problemas que nos garantizan, a voz en grito, paz, seguridad, justicia y libertad. Pero la paz de los cementerios, la seguridad de las cárceles, la justicia de la venganza y la libertad de los pájaros enjaulados.
En contraposición a esa distopía nos queda el optimismo churchilliano. Porque en toda crisis hay una oportunidad. Ni buscada, ni querida, pero real e inevitable una vez que se presenta. Y ante los problemas solo hay dos opciones: o se solucionan o se aprende a convivir con ellos. Nunca parece inteligente ser otra cosa que optimista y admitir que el éxito llegará si asumimos los fracasos sin desesperarnos. Ejerciendo la libertad con responsabilidad, inteligencia y generosidad para garantizar los derechos individuales y promover oportunidades reales para todos. Son estos momentos en los que el ejercicio responsable de la libertad nos debe impulsar a ciertas renuncias. Porque, como nos enseñó la generación de la posguerra, sobre el esfuerzo de hoy se construirá la abundancia del mañana.
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