Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

La pandemia, además de sus evidentes daños sanitarios, en la medida en que las antiguas fórmulas se descubren ineficaces para afrontar la globalidad del desastre, está provocando una revisión de los paradigmas políticos. Más allá del debate sobre qué sistema gestiona mejor una situación como la presente -que no debiera llevarnos a cuestionar la validez y superioridad de la democracia-, sí cabe plantearse qué modificaciones ha de sufrir ésta para no terminar desmantelada por el virus. Así, en primer lugar, se observa la urgencia de reforzar el papel del Estado. El espectáculo de una España descoordinada demuestra que, en época de crisis, la descentralización estorba más que ayuda, enlentece los procesos, multiplica inexplicablemente las recetas y origina un profundo desconcierto en la ciudadanía.

En segundo, también ha puesto de manifiesto la inviabilidad de los viejos liderazgos. En un mundo herido, complejo e interdependiente, el líder carismático, acostumbrado a imponer su criterio, resulta hoy anacrónico, funesto, incluso, en sociedades plurales. Ésa es la causa, por ejemplo, de que los modelos de gobierno estén sustituyéndose por modelos de gobernanza, mucho más aptos para encauzar la necesaria acción conjunta de todos los sectores implicados.

En absoluto digo que en un contexto de gobernanza no haya sitio para los líderes. Pero sí que las cualidades exigibles a quien ahora aspire al liderazgo han cambiado radicalmente. Valores como la capacidad para gestar pactos, la aptitud para la cooperación o la asunción de una tolerancia sincera, abierta al diálogo y a la mutua concesión, se convierten en indispensables para dirigir un pueblo castigado por la enfermedad y desprovisto de esperanzas ciertas.

En esta encrucijada maldita, me parece trágico que nuestra clase política continúe alentado dinámicas de confrontación. Repudiando tanta miopía, como en abril afirmara Agustín Blanco en Diarioresponsable, necesitamos verdaderos líderes, personas ejemplares y empáticas dispuestas a lograr acuerdos que ofrezcan luz y horizonte a una España asustada. Sobran, pues, visionarios y déspotas, envanecidos y lerdos, caudillos y revolucionarios. Es tiempo de tejedores de consensos, de dirigentes prudentes y sensatos que, en el Gobierno y en la oposición, busquen juntos una salida posible. Sólo ellos, y no los empecinados en sus dogmas marchitos, acabarán mereciendo nuestro respeto, apoyo y reconocimiento.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios