Editorial

Un nuevo paso del papa Francisco

EL papa Francisco ha vuelto a sorprender al conceder a todos los sacerdotes la facultad de absolver en confesión a las mujeres que hayan abortado, capacidad que hasta la fecha estaba reservada a personas especialmente señaladas por la jerarquía de la Iglesia. La noticia no es baladí, porque la interrupción artificial del embarazo está considerada por la doctrina católica como uno de los pecados más graves que puede cometer una persona y supone uno de los puntos de fricción más duros entre la Iglesia de Roma y muchos gobiernos occidentales.

A estas alturas, ya nadie puede dudar de que el Pontífice jesuita ha iniciado un auténtico aggiornamento de la Iglesia católica que pretende recuperar el viejo espíritu del Concilio Vaticano II y de Juan XXIII, muy especialmente en lo que a la moral sexual y familiar se refiere. Cuestiones como la vida sacramental de los divorciados y homosexuales o el uso de preservativos, que antes eran un auténticos tabúes en las altas galerías del Vaticano, están siendo abordadas con desparpajo por el antiguo arzobispo de Buenos Aires, que ha demostrado conocer muy bien la realidad de los cristianos de a pie y sus pequeños problemas morales diarios. Además, en todo momento, Bergoglio está sabiendo distinguir lo esencial de la doctrina de la Iglesia de las cuestiones accesorias y anecdóticas.

En la cuestión del aborto (que, insistimos, es especialmente espinosa dentro del catolicismo), el Papa no ha cambiado en una coma la doctrina de la Iglesia pero, como en tantas otras cosas, hace un llamamiento a la comprensión y la misericordia de los cristianos, especialmente con las mujeres que se ven obligadas a ejercerlo en medio de grandes angustias. En principio, la medida sólo durará entre el 8 de diciembre y el 20 de noviembre de 2016, coincidiendo con el Jubileo de la Misericordia que celebra la Iglesia en estas fechas, pero todo indica que, probablemente, se prorrogará indefinidamente. Además, y esto es lo más importante, es un primer paso de la jerarquía católica para enfocar desde un nuevo punto de vista más abierto el problema del aborto.

Como suele ocurrir, este aggiornamento de la Iglesia católica molesta tanto a los sectores más conservadores como a los grupos progresistas que siempre ven insuficiente cualquier gesto del Pontífice y propugnan una especie de suicidio doctrinal de Roma en favor de sus postulados. Lo importante es que la gran mayoría de los creyentes aplauden unos cambios que no buscan la eliminación de las esencias, sino el construir una institución más habitable. Una Iglesia abierta al mundo y dialogante siempre será una garantía de paz entre las personas de buena voluntad.

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