EL presidente de la Sociedad Estatal de Propiedades Industriales (SEPI), de la que dependen los astilleros de Navantia, anunció ayer en Cádiz la construcción de un gasero en la factoría de Puerto Real. Lo hizo sólo horas después de haber anunciado, desde Galicia, que los astilleros de Navantia en San Fernando construirán un nuevo buque de acción marítima (BAM), lo que supondrá carga de trabajo para unos treinta meses. Con estos dos encargos y la cartera de pedidos del astillero de Cádiz, para reparación de cruceros, se despeja momentáneamente el fantasma del cierre por inactividad de estas factorías y se cumple así -más tarde de lo anunciado, eso sí- con los anuncios realizados desde meses atrás por diferentes miembros del Gobierno y dirigentes del Partido Popular. Estos trabajos permitirán mantener la actividad en los diques gaditanos, no sólo por parte de los 2.000 empleados que tiene Navantia en nómina, sino también por la que corresponde a la importante industria auxiliar, que estaba sufriendo especialmente la ausencia de pedidos en la empresa estatal, de la que depende casi exclusivamente. Igualmente, desde el Gobierno se asegura que estos encargos permitirán el regreso a las plantas gaditanas de trabajadores que marcharon a otros puntos de la geografía nacional. Son todas ellas buenas noticias que llegan en vísperas del inicio de la campaña de las elecciones europeas y que, como es lógico, el partido en el Gobierno intenta rentabilizar políticamente. Pero el logro de estos contratos no debería ser nunca una cuestión de corto plazo. La consecución de un quinto buque de Gas Natural para Navantia -los otros cuatro acabaron en astilleros asiáticos- y de un nuevo BAM para la Armada Española no pueden significar darle una patada hacia adelante al problema de la falta de carga de trabajo de nuestros astilleros. Muy al contrario, deben servir para que su imagen exterior mejore, para realizar los cambios necesarios en Navantia que impliquen una mayor capacidad tecnológica, eficacia y competitividad que ayuden a abrir nuevos mercados internacionales. De esa forma, dentro de treinta meses no estaremos igual que los últimos años, con esa espada de Damocles continuamente sobre las cabezas de los empleados de esta compañía, pendientes siempre de los vaivenes de la política. En esa nueva estrategia han de implicarse también los propios trabajadores, contribuyendo a cambiar el clima permanente de conflictividad que poco ayuda. Ha de abrirse, por tanto, una nueva etapa en Navantia en la que llegue un día en el que hablar de nuevos contratos sea lo normal en una empresa que funciona y no algo excepcional.

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