la tribuna

Pablo A. Fernández Sánchez

La nueva OTAN y Libia

LOS días 16 y 17 de septiembre pasado el Comité Militar de la OTAN se reunió en Sevilla para, entre otras cosas, discutir sobre la operatividad de la misión de la Alianza en Libia. Esta reunión ha sido contestada por algunos grupos antimilitaristas, ecologistas y pacifistas con vigilias, manifiestos y otros actos, siempre pacíficos, condenando, entre otras cosas, la "ingerencia militarista de la OTAN en la guerra de Libia".

Me gustaría aclarar algunas cosas para ayudar a reflexionar desde la responsabilidad sobre el nuevo papel de la OTAN en este mundo global desordenado y en nuestro pequeño mundo europeo, ciertamente de opulencia pero no por ello despreciable.

La OTAN que conocíamos, la que se gestó en 1949, tiene muy poco que ver con la actual, y no es porque la OTAN haya modificado su tratado constitutivo. Sigue siendo una organización defensivo-militar aunque, ahora, no tiene como enemigo a la Unión Soviética ni como objetivo principal la contención de la expansión comunista de pensamiento único.

Hace ya bastante tiempo que la OTAN modificó su estrategia. Ya no hay bloques Este-Oeste y la brecha económica ya no es sólo Norte-Sur. Los aliados son diferentes y las amenazas también.

Antes incluso del 11-S se reinventó la OTAN. Fue en 1991 cuando, por primera vez, modificó sustancialmente su concepto estratégico. Con él se supera la guerra fría pero no la inestabilidad. Ningún europeo deberíamos olvidarnos de los discursos incendiarios de los nacionalistas serbios o las guerras fratricidas de la ex Yugoslavia, en pleno corazón de Europa. Hasta Naciones Unidas tuvo que acudir a la OTAN para evitar las mismas masacres en Sarajevo que las habidas en Srebrenica.

Pero no sólo sucedían estas horrendas circunstancias en Europa. Había señores de la guerra en Somalia, luchas entre los tutsis y los hutus en Ruanda, talibanes en Afganistán, terroristas sin piedad por todo el globo, proliferación de armas de destrucción masiva. Es decir, las amenazas, como la economía, se convertían en globales. No servía el viejo traje y había que confeccionar otro, aunque fuera con restos.

Fue en 1999 cuando la OTAN afrontó nuevos cambios en su concepto estratégico. Las amenazas lejanas también incumben a la seguridad europea, es decir, a la seguridad de todos los que poblamos estas tierras, máxime si la inseguridad se presenta ante las puertas de Europa. En nombre de esa seguridad se cometieron gravísimos errores, como fue el caso de la agresión de la OTAN a Serbia, en Kosovo.

Después vino el 11-S de 2001, y el 11-M de 2004, y muchos otros acontecimientos que arrastraron al mundo a otras guerras, y con ellas, a esquivar el derecho en nombre de la libertad.

El desconcierto que creó esta dimensión desconocida del terrorismo internacional, la acentuada peligrosidad de los estados canallas, consiguió confundirnos. Esto hizo que nuestros gobernantes, sobre todo occidentales, mostraran una impotencia estructural frente a amenazas tan novedosas.

Había que reflexionar, y se produjeron debates, encuentros, discusiones, implicando a los estados, a los estudiosos, a los parlamentarios. El fruto sería un nuevo concepto estratégico de seguridad, que vería la luz en noviembre de Lisboa de 2010. La OTAN no podía seguir siendo exclusivamente una alianza defensiva pero tampoco podía ser el gendarme del mundo. Había que buscar socios estratégicos, entre ellos prioritariamente a Rusia, participar en operaciones de mantenimiento de la paz -es la única institución capaz de asegurarlas de forma sostenida- allá donde estuviera comprometida la seguridad trasatlántica, siempre y cuando se contara con la conformidad de los estados soberanos, incorporarse a los objetivos del mantenimiento de la paz y seguridad internacionales cuando así lo autorice Naciones Unidas o establecer cauces para la ciberdefensa.

Pues bien, Libia ha sido el primer escenario de esta nueva OTAN donde ha sostenido (y está sosteniendo) operaciones militares con la autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, para evitar dramáticos derramamientos de sangre. Me consta que la unidad que más ha trabajado y sigue trabajando en esta operación es la asesoría jurídica de la OTAN para que todo se desarrolle dentro de la más estricta legalidad. Además, se contaba con el beneplácito de la opinión pública, que veía con buenos ojos una intervención militar meramente quirúrgica para evitar la violación grave, masiva y sistemática de los derechos humanos por las fuerzas gadafistas.

Lo que no podemos estar haciendo continuamente es exigirle que emplee sus fuerzas para obligar a respetar los derechos humanos y luego criticar constantemente sus acciones. De hecho los mismos que critican su intervención en Libia también critican que no se actúe en Siria. Ello es así porque, precisamente, no hay base jurídica para actuar en Siria, aunque nos duela, mientras que sí la hay en el caso de Libia.

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