NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Lamentando un sucedido a mi hijo en Irlanda, arremetí contra la burocracia impersonal y la falta de compasión que ha traído la modernidad. Pero lejos de mí quejarme de Irlanda, donde mis hijos están estudiando y en la gloria. Van a un colegio muy clásico y es lo mejor. Mi hija se ha apuntado al club de debate, y me alegro por sus contrincantes de que juegue con el hándicap de su segunda lengua. Por experiencia sé que es una discutidora implacable.
El otro día le tocó defender una postura turbulenta. Ser la campeona de que los políticos pueden cambiar las propuestas de su programa. Empezó expresando su temor de que le hubiesen asignado ese tema por ser española, al ser nuestro presidente un experto en faltar a su palabra. Y, aunque iba a hacer todo lo contrario de defenderlo, reconocía que esa desgracia nacional le había permitido reflexionar –profundamente concernida– acerca de los límites de la inconsistencia.
Puede cambiar de programa quien no cambia de promesa. O sea, en lo principal, que es el ideal, no puede haber caracoleo. Si uno se salta todos los límites de la palabra dada por ansia de poder o por intereses personales, no actúa legítimamente.
En cambio, si uno cambia para cumplir mejor aquello por lo que le votaron, entonces esos cambios no sólo son correctos, sino convenientes. Lo normal, si uno quiere ir a Dublín desde Cork, es pasar por Kilkenny, pero, si la carretera está cortada, puede pasar por la Roca de Cashel. Lo importante es llegar a Dublín. Esto también es imprescindible para encarar un proceso de negociación, donde hay que ceder en algo (lo circunstancial) para amarrar Dublín, digamos. Resulta vital, por tanto, que cada político deje claro, como hizo Benedicto XVI, cuáles son sus principios innegociables. Sin eso, no hay brújula ni honor.
Esto sirve –ya añado yo– para entender por qué tanta mentira no pasa factura electoral a Sánchez. El tío ha convencido a buena parte de su electorado de que su misión es bloquear a la derecha. Lo demás, incluyendo la corrupción o Bildu, les parece accesorio. Si de verdad se quiere desactivar a Sánchez, hay que dejar de meter miedo con Vox o de tragarse el mantra de la memoria histórica, como se hace tantas veces desde el PP y sus terminales mediáticas. Eso es regalarle un salvoconducto a Sánchez para todo.
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