Cambio de sentido

La normalidad era esto

Algo hay de postraumático en la actitud actual de buena parte de la ciudadanía ante la pandemia

Conque la nueva normalidad era esto! Que las televisiones escupan números muertos; que la respiración que se apaga en una UCI sea un punto invisible de una curva estrecha que el presidente muestra a las cámaras; que la enfermedad y la muerte sea eso que contemplamos en lontananza. La normalidad era que nos parezca natural escuchar de los mismos labios una cosa y su contraria, y es asumir que buena parte de los movimientos y parálisis de los políticos en la pandemia no está motivada por la única razón de proteger la salud pública, sino que median las tácticas y estrategias arteras de la realpolitik. La normalidad es ahora vivir con indolencia tanta aberración, cuando en el fondo es una aberración vivir con indolencia lo que nos está pasando y tomarlo por normal. Nada nos turba, nada nos espanta, pero en este caso -a diferencia del de Teresa de Jesús- no es por un entendimiento alto de ciertas cosas, sino por todo lo contrario. Acostumbrarse a este escenario, transitar por él como si nada pasara, acaba por ser terrible.

"Tanto de lo mismo debió de pasar en guerras y holocaustos -medita en voz alta un amigo con quien comparto esta reflexión-. Al principio del horror, los bombardeos en la noche, o la muerte en torno, han de ser algo aterrador, insoportable, pero al año de la contienda probablemente se esquiven las balas con cierta costumbre". Algo hay de postraumático en la actitud actual de buena parte de la ciudadanía. Ahora mismo está la cosa no ya para salir a aplaudir a los balcones, sino para exigir con contundencia a los mandatarios, del más internacional al más local, que se pongan a tope las pilas y no jueguen más a anunciar medidas que en la comunidad de al lado son bien otras, y todo suena arbitrario y redunda en resignación e indiferencia. Hasta en esta indefensión que hemos aprendido durante la crisis hay trazas de indolencia. Dicen que después de un shock nos cabe lo que antes del mismo nos espantaría. No exagero mucho si digo que, si ahora los extraterrestres bajaran de los cielos -ya saben que el Pentágono lleva una temporada con estas cortinitas de humo-, lo llevaríamos con cierta usanza ante lo insólito. Vivir curados de espantos es también vivir capados de asombro, y ello no es cosa buena. Por el contrario, ser conscientes y no indolentes ante esta hora que vive el mundo aporta luz. No asumir nada como normal es el lugar -desplazado- y en el que me ubico; el único que conozco para seguir viviendo como humanamente se pueda.

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