LLEVO jazmines marchitos en el pelo. Aún percibo su olor. No llevo paraguas cuando llueve. Me gusta mojarme el corazón. Grito, alto y fuerte, cuando me agarran del cuello. Salgo a la calle y grito. No me avergüenzo de ser un animal. De llevar las uñas largas. De llevar el alma blanca. Y el arma en la boca. Presta para disparar alguna palabra. ¿Soy normal? ¿Eres normal? Gritamos en estadios, nos travestimos y cantamos por la calle. Mi gente siempre canta. En escenarios, en motos y coches, alrededor de una cerveza. Cantamos. Nos disfrazamos y persignamos frente a tallas, hermosas tallas, en madera. Comemos en la playa. Dormimos poco. Reímos mucho. Llevamos nuestros pequeños jazmines marchitos en el pelo. En la cabeza. Nuestras decepciones. Por eso me cuesta entender al que juzga a un chico por ir disfrazado, por ir de negro, por leer cómics, por llevar un sobrenombre japonés. Si todos tenemos otro nombre. Quién quiere ser normal en Cádiz. Tan extraordinaria...