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Por montera

Mariló Montero

El niño que no tenía memoria

EL hombre que no tiene memoria de niño es un adulto sin infancia relevante. Todo aquello que recordamos a lo largo de nuestra vida es porque en su momento tuvo una importancia superior al resto de los acontecimientos que vivimos. Si recordáramos cada cosa que marca nuestro día a día, supongo que caeríamos en la locura y tendríamos que resetear nuestro disco duro para poder darle más capacidad e introducir nuevos sentires. Así pues, la personalidad se va fraguando conforme rutinas que permanecen en el recuerdo. Eso es lo que forma nuestra personalidad.

Dicen que en las arrugas del rostro se lee la vida de una persona. Si son risueñas o descompuestas. La memoria nos persigue. La memoria nos hace ser. En el discurrir de nuestro paseo por este mundo en el que quedan por determinar las respuestas a las preguntas fundamentales de nuestra existencia, como de dónde venimos, a dónde vamos, por qué y para qué estamos aquí, al menos sabemos a qué hemos dedicado esta única oportunidad. No sé qué arrugas tendrán nuestros hijos cuando sobre ellos caiga la flacidez de la vida. Pero los padres somos principales contribuyentes. Un niño con mal humor tiene arreglo. Simplemente requiere más dedicación para mejorar su carácter. Su memoria también es nuestra responsabilidad y me preocupa algo que esta semana ha hecho que salten mis alarmas.

Despertó mi inquietud un titular del Telediario tras la visita de los Reyes Magos. Varios niños, cada uno en su casa, colocaban con ilusión sus nuevos presentes. Casi todos (sólo hubo una excepción) contestaron "no" a esta pregunta: ¿Recuerdas qué te dejaron los Reyes Magos el año pasado? Menos una niña, que fue disparada al armario para sacar un jersey y mostrar un caballito de color rosa. ¡Cielo santo! ¿Qué estamos haciendo para que los niños no recuerden los regalos más deseados de la vida? Hay generaciones que buscamos partes de nuestra vida entre los recuerdos más maduros de un adulto o un amigo. Podemos acudir al álbum fotográfico para refrescar un momento de años pasados. En nuestra memoria, casi todos somos capaces de hacer renacer con emoción el sentimiento que nos produjo recibir aquel regalo de Reyes. Pero los niños de ahora, de esta generación, no recuerdan ni el regalo que les trajeron el año pasado.

Asumamos la responsabilidad, ya que la valoración que nuestros hijos han de tener sobre los bienes materiales y emocionales nos atañe exclusivamente a nosotros. Quizá haya que replantearse la vulgarización de los regalos, excesivos, y trabajar por la exclusividad y la inaccesibilidad de ciertos elementos que conforman la memoria de nuestros hijos. ¿No le parece horrible que cuando su hijo sea mayor no se emocione con los recuerdos de estos días?

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