El Pinsapar

Enrique Montiel

Las mujeres y el Doce

CÁDIZ es la ciudad de las mujeres, estos días. Las mujeres en el poder. Han llegado de todas partes del planeta para debatir sobre la situación de las mujeres en el mundo. En unas fechas, por cierto, en donde las estadísticas hablan de que cada diez parados ocho son mujeres. La reunión de Cádiz, en parte debida a la gaditanía de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, algo tiene que ver con la gran conmemoración del bicentenario de la Constitución de 1812, la Constitución de Cádiz. Sin duda que estas jornadas internacionales, con el apoyo del Gobierno de España y la presencia de más de una veintena de ministras de diversos países, es una ocasión inmejorable para dar a conocer la gran aventura gaditana hacia la libertad de aquellos españoles "de ambos hemisferios", nuestros abuelos doceañistas.

Curioso se nos antoja que siendo la alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, una mujer, la gran impulsora de la conmemoración bicentenaria, aquella Constitución gaditana excluyera a las mujeres de la ciudadanía y de los derechos civiles y políticos, redactara una legislación discriminatoria sobre la educación de las mismas e, incluso, estableciera unos Reglamentos que prohibían hasta la presencia de las mujeres en las sesiones parlamentarias, no ya en lo "impensable" que hubiera sido que fueran diputadas de la Nación. La Historia guiña algunas veces.

Resulta curioso, cuando menos, comprobar que hasta muy recientemente no se suele emplear el "los españoles" y las "españolas". En la Constitución de Cádiz es preciso llegar al Art. 20 para conocer que para que un extranjero pueda obtener de las Cortes la nacionalidad "deberá estar casado con española". Otra de las contradicciones del Doce, que da a las mujeres la capacidad para conseguir la ciudadanía, con sus derechos civiles y políticos, a hijos y maridos, pero no se la otorga a ellas mismas.

Hiriente nos resulta todavía hoy la "coherencia" del pensamiento doceañista, por una parte tan digno de ser alabado (como cuando establece la universalización de la instrucción pública) como denostado, porque como quiera que divide la acción educativa sobre las esferas pública y privada, establece que la instrucción debe ser para los niños y la educación, dentro del ámbito doméstico y privado, lo sea para las niñas.

Nos sorprende y emociona todavía la no aceptación del hecho como irreversible e inevitable que algunas mujeres abanderaron. En la Real Isla de León, 50 años antes de 1810, se establecieron las monjas de la Compañía de María, con el mandato de Juana de Lestonnac de extender la educación y la instrucción a las niñas de toda clase y condición.

Esta es parte de la complicada historia de este enclave gaditano en el que las mujeres en el poder reflexionan sobre el papel de la mujer en este siglo. Ojalá tengan éxito.

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