El monstruo

Ni siquiera el asesinato de Laura Luelmo nos permite abandonar el bochornoso gallinero de nuestra vida pública

Ni siquiera cuando ocurre un hecho horrible, como el asesinato de la profesora Laura Luelmo en El Campillo, podemos abandonar ese bochornoso gallinero en que hemos convertido nuestra vida pública. En la mayoría de mensajes que han circulado por las redes sociales, casi nadie se acordaba del dolor que estarían viviendo los familiares de Laura -sus padres, su novio, sus amigos-, y en cambio todo eran acusaciones, mentiras, manipulaciones e intoxicaciones guiadas por el rencor y la ideología. Que si Vox, que si Podemos, que si la cadena perpetua revisable, que si vosotros los hombres sois los culpables, que si hace falta una nueva ley contra la violencia de género, que si el Gobierno por aquí, que si las feminazis por allá… Así era el griterío tabernario y así era la basura ideológica que recorría ese extraño país que es el nuestro.

Y, en cambio, nadie parecía acordarse de la pobre Laura, de lo que le pasó, de lo que tuvo que sufrir, de la muerte infecta que tuvo. Y nadie se acordaba del sufrimiento indecible -ningún lenguaje humano encontrará jamás las palabras que puedan describir ese dolor- que estaba padeciendo su familia. Lo único que interesaba era atizar el odio, la manipulación ideológica, las estadísticas retorcidas, los datos amañados, todo con tal de sacar partido a una muerte atroz provocada por un ser atroz (que al parecer ya había matado antes a una anciana).

Laura Luelmo tenía 26 años, era profesora de Plástica, le gustaba dibujar caricaturas, viajar, ir a correr por el campo. Si queremos tener un atisbo de lo que le ha pasado, quizá sólo podamos encontrarlo en el Libro de Job, pero ni siquiera ese compendio de la sabiduría humana puede dar una respuesta a un hecho que en realidad no se puede entender ni explicar. Pero nosotros buscamos explicaciones, causas, responsables, estadísticas, normas… ¿Y para qué? Lo miremos como lo miremos, lo que está claro es que Laura Luelmo tuvo la mala suerte de encontrarse con un monstruo. Y nadie sabe qué se puede hacer con un psicópata. ¿Los encerramos de por vida? ¿Les tatuamos la palabra "asesino" en la frente? ¿Los desterramos a una isla desierta? No lo sé, y quizá nadie lo sepa. Ése es el debate que debería interesarnos. Aunque todos nos empeñemos en creer que lo sabemos todo y que tenemos una solución para todo. Sí, pobre Laura. Pobre, pobre Laura.

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