NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Cada cual alcanza su particular modo de ser infeliz. Hay quien sufre el amor y el lujo como crónicas enfermedades incurables. Admiran la austeridad, aspiran a tener un solo amor, incluso platónico, pero caen en el exceso de los amoríos y sus remordimientos. Sucumben a todo lo caro porque creen comprar su inalcanzable felicidad. El placer es una apremiante necesidad insatisfecha en un sorbo, en un bocado exquisito, en un beso, en un brillo fugaz. Envuelven la vida en papel de regalo que cuando se rasga siempre decepciona.
No sé cuándo empezaron a parecerse los presidentes de gobierno a los del futbol, hechos de trapisondas, divorcios costosos, mala conciencia y negocios en la sombra. En verdad, todos los hombres que ejercen el poder se van pareciendo unos a otros, sobre todo, cuando dejan de ser impunes y los condenan. Proclaman la injusticia que se está cometiendo con ellos y la corrupción de los tribunales. No falla. A partir de ese momento se convierten en comentaristas inmisericordes de la actualidad política. Más sabe el diablo por viejo que por diablo.
Parecían los tiempos de Berlusconi y Sarkozy una película de amor y lujo. Paseos en yates infinitos, líos amorosos, extrañas operaciones estéticas, enredos empresariales, mujeres jóvenes, altas y guapas para hombres bajos y maduros, discursos grandilocuentes, turbios procesos judiciales. La seducción de alguien que usa alzas en sus zapatos como el niño que se sube a una escalera para abrir un armario que está cerrado bajo llave. La despampanante erótica del poder televisada capítulo a capítulo.
Italia en arte, en política y en corrupción siempre va por delante. Fue el primer país ingobernable de Europa, el primero en fraguar pactos imposibles, en rendirse al populismo, en tener a su presidente condenado moviendo los hilos del poder, en despedirle con lágrimas y funerales de Estado. Francia nos lleva siglos de ventaja porque para ellos la política es un juego, una conciencia, es parte de la sociedad francesa.
No es insólito lo que pasa en España. No es extraño que quien es juzgado se sienta perseguido. No es raro que sus oponentes le acusen y se sientan engañados. No es infrecuente que los jueces terminen vapuleados. Es común que los aparentes cambios no cambien nada. La decadencia democrática es gatopardesca. Lo práctico y responsable sería pensar cómo cambiar, de verdad, dentro y fuera de los partidos. Pronto.
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