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El mito Pérez

Antes de reventar un mito personal o político, piensen si les conviene hacerlo o no

Ami hijo se le ha caído una de sus últimas muelas de leche. Hubo un tiempo en que escribí un estremecido haiku: "Oh, Ratón Pérez,/ llévate así su infancia,/ poquito a poco"; y el roedor cumplió y aquí hemos estirado su niñez a conciencia. Sin embargo, me da que esta noche el ratón no va a venir a dejar nada ya.

¿Por la huelga de transportes? Qué va. Él podría con todo. No vendrá para dejar a mi hijo el último regalo de una lección política y filosófica. Hace unos meses hizo un comentario escéptico acerca de la existencia del caballero ratón Pérez. ¡Con lo mucho que éste había trabajado por su felicidad con el desvelo de muchas noches…! Cuando lo oí, no podía dar crédito a mis ojos. Vi casi físicamente como una ratonera saltaba y trincaba al heroico Pérez.

Que en espíritu no dejará de dejarle al dejado niño la enseñanza de que los mitos no se manosean. Como la celada de don Quijote, cuya historia le he contado. Probó el caballero andante la primera, y la destrozó. Cuando se hizo una segunda de cartón, "sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje". Ea. Cervantes no estaba por las demasiadas pruebas, como demuestra también la historia de Anselmo, Camila y Lotario, que todavía no le he contado a mi hijo, porque es para mayores.

Sí le he contado el cuento de Kostas Axelos que cuenta Gregorio Luri: "Un matrimonio de centauros contempla con dulzura a su hijo que anda trotando inocentemente, a su aire, por una playa mediterránea. El marido se vuelve hacia su mujer y le pregunta: '¿Debemos decirle que solamente es un mito?'"

Lejos de mí amputar a mi hijo su sentido crítico. Todo lo contrario: quiero redoblárselo. De modo que sea lo suficientemente crítico con la crítica como para no reventar la segunda celada, traumatizar al centaurito con su inexistencia o espantar al Ratón Pérez. ¿Para qué? En la política y en la vida personal hay muchos mitos que tenemos que proteger como mínimo con nuestro silencio. No por mitomanía, sino porque ellos nos protegen y benefician.

Lo ha entendido de miedo, aunque aún ha intentado darme lástima. Ha venido con su muelecita en la manaza preguntando: "¿Y qué hago con esto?" Le he propuesto que le ponga un cordoncito y se haga un collar de surfero. No le ha gustado la idea. Al irse a la cama ha dicho, eso sí: "Qué suerte que los Reyes Magos existan eternamente sin ningún género de dudas". ¡Verdad!

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