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El balcón

Ignacio / Martínez

Una misa en París

EL mundo se juega su futuro medioambiental en París. La cumbre sobre el cambio climático, que empezó el lunes y termina el viernes, cambia mañana de manos: los técnicos dejan protagonismo a los políticos. Estas cumbres son grandes espectáculos mediáticos. Y tienen sus liturgias. La más importante es que casi todo llega acordado de antemano por representantes personales de los jefes, a los que se conoce en el argot diplomático como sherpas. Estos apoderados de los mandatarios acuerdan previamente comunicados, resoluciones o acuerdos. En Copenhague en 2009 el documento, que no se cerró, tenía 300 páginas. El de París apenas supera las 40. Un alivio, eso sí con muchos corchetes todavía.

El tema central es evitar que el calentamiento de la tierra supere en dos grados la temperatura de la época preindustrial; ya hay un grado más y subiendo. En caso contrario, antes de final de siglo el nivel del mar aumentará un metro, inundará el espacio vital de 400 millones de personas, y desaparecerá un tercio de las especies de la tierra. El mundo emite 40.000 millones de toneladas de CO2 al año y se asfixia. En la misa de París se ofrecen descensos insuficientes de emisiones. Los cuatro grandes contaminantes, Estados Unidos, China, Unión Europea e India, que suman el 60% de los gases de efecto invernadero, se quedan justos. Y un segundo grupo, formado por Canadá, Australia, Japón, Corea del Sur, Rusia y Sudáfrica, no muestra suficiente ambición reductora. Ayer en la cumbre, el comisario europeo Miguel Arias Cañete dijo que hay países en desarrollo que ya se han desarrollado y deben comprometerse más.

Para solucionar el sobrecalentamiento del planeta hay tres medidas que se consideran imprescindibles. La primera es procurar la eficiencia energética. Es decir, conseguir el mismo bienestar con menor consumo. La segunda es secuestrar una parte importante del CO2 que generan el consumo doméstico e industrial y almacenarlo en el subsuelo. Y la tercera es lo que se ha dado en llamar la descarbonización de la economía, con un aumento sustancial de la energía solar, eólica, hídrica, nuclear o geotérmica. Para el cambio de paradigma hace falta una inversión mundial de 100.000 millones de dólares al año.

Es una lástima que un pionero mundial como la sevillana Abengoa llegue en crisis a esta coyuntura. España en general ha pagado la novatada de ser precursora en la materia. El Gobierno de Zapatero comprometió una prima para la energía fotovoltaica de 50.000 millones de euros, a pagar por los consumidores en la factura de la luz durante 25 años, pero la tecnología de los paneles era incipiente y su precio alto: entre 2009 y 2014 el coste de las placas solares se ha reducido en un 80% y el de los aerogeneradores bajó un tercio. En los últimos tres años, sin embargo, se han paralizado las inversiones nacionales en renovables. El actual Gobierno y el anterior ayudaron a este parón, cambiando la normativa varias veces. Quijotes...

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