Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

La atmósfera de vulnerabilidad e incertidumbre que se cierne sobre el Gobierno de Pedro Sánchez, de repente, ha contagiado a toda la industria naval de la Bahía, justo cuando más felices se las prometía con el contrato de las corbetas de Arabia. Nadie sabe si la ministra de Defensa sufrió un ataque de pacifismo o si quiso adelantar a sus socios podemitas por la izquierda. Lo fijo es que Margarita Robles no midió las consecuencias al anunciar, esta semana, que paralizaba la venta de 400 bombas pactada con Arabia Saudí, porque podrían ser utilizadas para atacar Yemen. La ministra, que tal vez pensó que se las puede vender a la última chirigota de El Selu, justificó su decisión en que la compra se hizo al amparo de una resolución de Naciones Unidas, que en ningún caso permitía dicho uso. Su argumento puede parecer de libro porque, como denuncian las organizaciones humanitarias, la población civil es víctima de este conflicto. Pero no ha convencido ni a los suyos. Que le pregunten a Susana Díaz, que fue la primera en exigir a Sánchez -ya en modo de precampaña electoral- que garantice la carga de trabajo de los astilleros, alimentando la tensión en los astilleros. Como reflexionaban sus colegas del Ministerio de Hacienda, Robles nunca se atuvo al principio de realidad. Y ella solita ha puesto en riesgo no sólo el mayor acuerdo jamás contado por los astilleros, ahora peligran todas las relaciones comerciales, incluyendo el AVE a la Meca.

La realidad es que Navantia, por más lamentables que sean todas las guerras y por más que a muchos, como al alcalde de Cádiz, les gustaría que se dedicaran a la energía limpia o a fabricar veleros y cruceros, se dedica desde siempre a fabricar barcos de guerra. Y en este contexto es imposible entender que el Gobierno de Pedro Sánchez se atreva a juzgar la política militar de Arabia, tras confirmar la compra de cinco corbetas a través de un jugoso contrato que contempla una inversión de casi 2.000 millones de euros y la creación de 6.000 empleos para los próximos cinco años. ¿Qué pretende Robles: que utilicen las corbetas para pescar? ¿Piensa que las bombas que fabricamos son una broma? A la propia titular de Hacienda, María Jesús Montero, se le debió achicharrar la sangre cuando supo, a toro pasado, que decidió frenar la venta de las bombas por su cuenta y riesgo. Y desde el minuto uno, tanto ella como su equipo, así como el Gobierno andaluz, presionaron al Ejecutivo de Sánchez para que reconduzca la situación. Con toda la plantilla cortando la autovía, el Gobierno se frenó en seco el viernes pasado para deslizar que se cumplirán todos los compromisos, lo que se interpreta como que sopesan vender las armas a Arabia, para impedir que renuncie a las corbetas. A la desesperada, incluso han encomendado al titular de Exteriores, Josep Borrell, que arregle el desaguisado. Veremos.

Los saudíes no han dicho nada, pero han suspendido alguna visita ya concertada para chequear los trabajos en marcha. Y a nadie escapa que la decisión de Defensa, que no les avisó en un mínimo gesto de diplomacia, les ha mosqueado y tela. No sería extraño que nos lo hagan pagar mareando la perdiz. Y ya sólo nos queda la esperanza de pensar que romper el acuerdo de las corbetas supondría para Arabia partir de cero, lo que equivale a perder unos cinco años. Esperemos que para entonces la ministra Robles no siga jugando con el empleo de la Bahía, metiéndose en todos los fregados con su afán pacifista y sin que nadie se lo pida.

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