LA semana pasada participé en un encuentro con estudiantes en el IES Albero de Alcalá de Guadaíra. Hay muchos motivos para sentirse pesimista con nuestro sistema educativo -mal planificado, mal concebido-, pero por fortuna hay excepciones que nos devuelven la esperanza. Y todo se debe, por supuesto, al trabajo de unos profesores que se entregan a su tarea con pasión e inteligencia, y que son exigentes con sus alumnos porque también son exigentes consigo mismos. Estos profesores se olvidan del papel de burócratas idiotas al que les condena la Administración, y en vez de empujar papeles con la nariz prefieren dedicarse de verdad a la tarea de enseñar a sus alumnos. Y por eso los consideran seres responsables y dotados de raciocinio a los que ninguna tara genética de origen desconocido les impide aprender y esforzarse. El problema es que muchos de nuestros expertos educativos opinan justamente lo contrario, y en el fondo piensan que todos los alumnos, pobrecitos, son tontos de remate.

En el club de lectura del instituto Albero, unos alumnos de 4º de ESO y 1º de Bachillerato comentaron a fondo un relato tan complejo como La última noche de James Salter. Estoy hablando de un relato que cuenta una historia de eutanasia y traición y amor devastado. No es un relato fácil ni siquiera para lectores avezados, ya que Salter va distribuyendo la acción como quien siembra un campo de minas, con incógnitas que nunca se resuelven para que el lector deba enfrentarse por sí mismo al misterio del alma humana. Pero los alumnos del IES Albero supieron adentrarse sin temor en ese relato, y aportaron interpretaciones y conclusiones tan brillantes que todavía me tienen asombrado. Pero esto es posible porque detrás de esos excelentes lectores de 15 años hay un grupo de profesores -respaldado por su equipo directivo- que se ha propuesto hacer de la lectura una de las herramientas insustituibles del aprendizaje escolar. Y esos profesores animan a sus alumnos a leer cómics y novelas de misterio y a escuchar rap. Porque un buen lector se hace poco a poco, leyendo cosas sencillas hasta que pueda enfrentarse a un relato tan complejo como La última noche (algo, por cierto, que ignora nuestro sistema educativo).

Mientras existan centros escolares como el IES Albero, tendremos motivos para la esperanza. Mil gracias.

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