Alos animales de costumbres no nos gusta que los pequeños aunque gratificantes rituales diarios se nos vayan al traste. Como que cierre de un día para otro y sin avisar el lugar donde habitualmente desayunas tras dejar a tu hijo en el colegio. Y pierde uno ese bar que tenía buen precio y ofrecía el mejor tomate triturado de cuantos había probado. Y se interrumpe ese ritual del momentazo del día rebosante de tranquilidad, en la mesa número 1, en una esquina, apartado cual ermitaño para poder disfrutar de la lectura en un establecimiento que ofrecía a sus clientes ¡tres periódicos distintos! No, no es una tragedia. Ni uno quiere frivolizar. Pero cuando se indaga en la causa, el enfado se acrecenta. Un precio de alquiler imposible y adiós negocio. Y se pierden puestos de trabajo. Y se va a pique un oasis en el que comenzar el día cogiendo fuerzas. Y la vida es un poco más puñetera cuando ocurren estas cosas.

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