Los vaqueros largos están sentenciados. Un mes de condena confinados en el ropero. Se cruzan con los bañadores y las bermudas, que salen en libertad tras once meses de encierro. Llegan los grandes planes, el querer comerse el mundo y empezar con buena letra como cuando de niños estrenábamos cuadernos el primer día de clase, la lista de cosas por hacer que al final se quedan en nada, preguntarse dónde vamos mañana, la pereza de cargar con tiestos hasta la playa (recoger es peor aún), la arena que se acumula en el suelo del baño, la paradoja de abrir la ventana para que entre el fresco y cerrarla más tarde porque entra ruido, la eterna duda entre hacer filetes empanaos o tortilla, el niño que se va a agua tapá, la tele que no echa ná, la vecina que arrastra muebles a las cuatro de la tarde... Las vacaciones siempre apetecen, pero ¿están sobrevaloradas? Ahí lo dejo.

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