Cuarto de Muestras

A menor gloria

Políticos, seres sin asomo de modestia ni sentido del ridículo

Aveces me pregunto si los políticos son auténticas reencarnaciones de seres superiores que se perpetúan a lo largo de los siglos. Seres sin asomo de modestia ni sentido del ridículo. Sólo así, mediante la reencarnación, se entendería la cantidad de placas de mármol conmemorativas que tienen nuestros monumentos más representativos. No es difícil visitar unos claustros góticos, un edifico barroco o renacentista, que no tenga colocada a su entrada una placa que nos recuerde que ese monumento se restauró siendo alcalde, o presidente de la comunidad autónoma o del gobierno de la nación don fulanito o doña zutanita, placas todas que no tienen más de veinte o treinta años la mayoría. Se ha mantenido un edificio siglos sin que nadie osara inscribir en sus muros quién lo construyó, quién le dio esplendor y vivió en el mismo y pasa por el lado siglos después un político con dinero público y le coloca su plaquita conmemorativa. No me digan que no es enternecedor. Tendrá una explicación psicológica seguro. De niña visité una casa cuya dueña aficionada a la pintura había firmado los cuadros de su salón todos de los siglos XVIII y XIX de los que presumía ufana, no por su propiedad sino por su autoría. Pues así son nuestros políticos y sus placas, como esta ingenua señora.

Pero qué sería de un político si no inaugurara. En esas fotos de los periódicos que inmortalizan el momento hemos visto inaugurar en un pueblo de Granada un tobogán, en nuestro Jerez cinco autobuses como cinco soles, en otra ciudad que no recuerdo, unos urinarios públicos (eso tiene más mérito) y hasta un mojón o hito de inicio de una nueva carretera. Como los políticos a estas cosas van siempre en comitiva, la fotografía resulta de lo más lucida, el alcalde junto a su equipo de gobierno inaugurando más que la reapertura de un edificio, su propia placa conmemorativa. A su mayor gloria. En estos tiempos de austeridad impuesta no tienen qué llevarse a la boca, a la placa quiero decir.

El otro día descubrí en un yacimiento arqueológico romano un pequeño patio en el que se acumulaban restos no catalogados: fragmentos de columnas, piedras amorfas y, esto es lo más llamativo, unas cuantas placas conmemorativas del descubrimiento del yacimiento, de la inauguración, de la reapertura. Había al menos cinco o seis placas apiladas formando parte ya del propio yacimiento, de su historia, del desván incatalogable de la estupidez humana.

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