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Un matrimonio forzado

¿Qué iniciativa eficaz manejan los más radicales para reparar la fractura social que existe en estos momentos en Cataluña?

TERESA Rodríguez ha defendido el referéndum ilegal del 1-O. Y no lo ha hecho con ambages, como Ada Colau. La líder de Podemos, en la línea de los anticapitalistas y de la CUP, ha exhibido el discurso más radical rompiendo moldes. No se ha molestado ni en exponer con detalle las razones por las que Cataluña tendría que ser independiente. Le basta con culpar al PP de todo, pero no es tan simple. Los independentistas prometen la plena felicidad con la desconexión. Y la otra mitad de catalanes no lo ve así, aunque no se atrevan a proclamarlo por miedo a que les tachen de reaccionarios, salvo cuando les afecta de lleno.

La sensación de que España maltrata a Cataluña se extendió durante lo más crudo de la crisis y no por casualidad. El empresariado catalán tuvo que aplicar duros recortes y le vino al pelo que el nacionalismo apuntara a Madrid como el enemigo exterior. A CiU le acorralaban las encuestas y la corrupción. Esquerra amenazaba su hegemonía. Y la indignación ciudadana, bien canalizada, hizo el resto. Mientras los independentistas manipulaban la realidad, al PP le dio por contrarrestarlo exacerbando el nacionalismo español, que también le aportaba réditos, frente a una izquierda tan dividida. Es obvio que todas las partes han cometido errores de bulto. ¿Pero qué proponen los más radicales hoy para reparar la gravísima fractura social? ¿Qué iniciativa eficaz manejan? Por ahora, ni una idea que satisfaga a la mayoría de los catalanes, lo que constata que la responsabilidad es compartida y atañe a todos los estamentos, de igual forma que el final de esta delicada situación tendrá que venir desde el consenso.

En este sentido, con prohibiciones y sentencias y advertencias de todo tipo tampoco se solventará el problema. Ni los reales decretos podrán frenar esta disparatada deriva soberanista. Ninguna ley ha impedido que hasta los más españolistas justifiquen las ansias independentistas cuando se sienten abandonados en Cataluña por la Administración central. La solución sólo llegará si la razón y el diálogo vuelvan a apoderarse de las instituciones. Toca apelar a la unidad y al sentido común, pero nadie sabe ahora cómo encauzar el conflicto. Si Rajoy tuviese la culpa de todo él solito -es cierto que no ha brillado por su iniciativa política- se supone que los separatistas se esfumarían con su marcha. Y no es tan fácil. Sí resulta más sencillo recurrir a un relato a la contra, antes que proponer ideas y proyectos que beneficien a la mayoría. Los podemitas no inventan nada nuevo.

En lo que confían los vecinos de un bloque cuando sale ardiendo es que primero se sofoquen las llamas entre todos y luego se busquen las responsabilidades. Esto es justo lo que se esperaba de las fuerzas emergentes: que propusieran soluciones viables, no que ahondaran en la división rompiendo todos los moldes. Demonizar el "régimen del 78" y depreciar la Transición, el modelo de Estado y la Constitución puede ofrecer resultados a corto plazo, pero a la larga el ciudadano se desencanta. La Transición trajo libertad y progreso. Y esto fue posible porque quienes pensaban tan distinto, aparcaron sus diferencias para trabajar en un proyecto común con sentido de Estado, ése que tanto se echa de menos ahora. Lamentablemente, la fractura social en Cataluña es un hecho y pase lo que pase, a partir del 1-0, en el mejor de los casos, el matrimonio entre España y al menos la mitad de Cataluña será un matrimonio forzoso.

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