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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El mariscal

Incluso un pueblo como el español se cansará de dar oportunidades a este bipartidismo en descomposición

Por una entrevista de Marc Bassets nos enteramos de que Alain Minc, uno de esos gurús de la empresa y la política que viven en la penumbra, le dijo en cierta ocasión a Emmanuel Macron: "No te presentes todavía, es demasiado pronto para ti, espera a 2020", a lo que el hombre de moda en Europa le contestó: "Te equivocas. Me describes el mundo de ayer: el sistema se ha descompuesto y caerá. Hay que recogerlo". La conversación resume muy bien los tiempos que nos han tocado vivir, un interregno en el que sabemos qué monarca ha muerto, pero aún ignoramos cuál será el soberano que lo sustituirá. Y ya saben el viejo refrán castellano de "a río revuelto…". En el mundo es el momento de los pescadores (Trump, Putin…), pero también el de los caballeros osados como Macron, quien, como apunta Minc, tiene las dos virtudes que Napoleón buscaba en sus mariscales: talento y suerte.

Sin embargo, hay un sitio en el mundo en el que parece que, pese a algunos pequeños terremotos, nada ha cambiado: España. Así, al menos, lo refleja el barómetro del Centro de Investigaciones Científicas, que vuelve a dar por ganador electoral a un PP acosado por la corrupción y como segundo clasificado a un PSOE en abierta guerra civil. ¿Qué pasa con los españoles? ¿Somos inmunes a la realidad? Por una parte, tenemos a los dos partidos sistémicos con problemas muy serios, al viejo mundo en clara descomposición; por la otra, nos falta ese mariscal osado y querido por la diosa fortuna, el hombre que impulse la llegada del nuevo mundo, nuestro Macron. Pablo Iglesias, evidentemente, no puede ser, ya que apenas engaña a los adolescentes con su retórica de asamblea estudiantil y su airada y calculada grosería. Tampoco parece que Albert Rivera -nuestro fracasado Prim- se haya ganado los galones. Su proyecto, Ciudadanos, aunque avanza algo en el último barómetro del CIS, no consigue convertirse en esa fuerza disruptiva necesaria para cualquier cambio de hondura.

Esta situación no durará eternamente. Incluso un pueblo con las tragaderas del español se cansará de dar oportunidades a un bipartidismo que no hace más que defraudarle. Probablemente, el cambio no será progresivo y previsible -como le gustan a Rajoy las cosas-, sino repentino e inesperado. La inquietante incógnita es quién ocupará el trono vacante una vez acontezca el hundimiento.

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