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EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

La máquina de escribir

EL día que se mató en un accidente de coche, hace ahora cuarenta años, Albert Camus llevaba un billete de tren en el bolsillo. Pero en el último minuto se dejó convencer por su amigo Michel Gallimard, y se subió a un Facel Vega que tenía un motor demasiado potente para su carrocería de deportivo. En un tramo de la carretera nacional 5, entre Sens y Fontainebleau, el coche se empotró contra un árbol. Un testigo dijo que el coche iba muy deprisa, a 130 por hora, pero el informe de la Policía apuntó la posibilidad de un pinchazo en un neumático. Da igual. El caso es que Camus iba en aquel coche, sentado en el asiento del copiloto, y que el coche se estrelló y sus dos ocupantes murieron.

Alguien filmó el lugar donde se produjo el accidente. La grabación está en Youtube. Es un día frío y gris. Unos campesinos miran los restos del coche esparcidos por la carretera, con cara de asombro por el revuelo de cámaras y periodistas. Estoy seguro de que uno le está preguntando a otro: "¿Camus, Camus? ¿Quién era ese tipo? ¿Un boxeador?". Luego se ve un árbol solitario, y un gran trozo de chasis retorcido, y un salpicadero que ha salido disparado y ha caído en un campo desnudo. En la cuneta, un gendarme amontona los objetos que han quedado en el coche: un maletín, unos papeles, una máquina de escribir portátil. Los papeles eran el manuscrito de El primer hombre. Y la máquina era la máquina de escribir de Albert Camus.

La vida es muy rara. Camus debía haber cogido un tren, aunque luego se subió al coche que derrapó en una recta y fue a estrellarse contra el único árbol que había en un tramo de carretera. Y mi profesor de francés, que era un hombre excelente y me animó a leer a Albert Camus, tiene ahora un hijo que se dedica a la política y que tiene una condena en firme por corrupción. A Camus le hubiera intrigado esta historia. De hecho, lo primero que hizo Camus cuando le dieron el Premio Nobel de Literatura fue escribir una carta a su profesor de filosofía, agradeciéndole todo el esfuerzo que había hecho por él cuando era un alumno que prefería jugar al fútbol -de portero- y perseguir a las chicas guapas en vez de estudiar. Yo también le estoy muy agradecido a aquel profesor que me hizo leer a Camus, pero me pregunto por qué su hijo tuvo que dedicarse a hacer negocios sucios aprovechándose de la política. De algún modo, todo el inmenso agradecimiento que le guardo -porque ese profesor me hizo amar los libros- está empañado por la conducta de su hijo deshonesto. Ya sé que un padre no es responsable de lo que haga su hijo, pero esta historia del padre y del hijo encierra el enigma del ser humano. Y si Camus llevaba a todas partes su máquina de escribir, era porque se había propuesto desvelarlo, aun sabiendo que era insoluble.

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