CABEN tantas cosas en una maleta, tantas ilusiones, tantas experiencias, tantas vivencias. La maleta es una compañera de viaje imprescindible, una pequeña, o grande, casa móvil en la guardamos aquello que consideramos básico, aquello que nos puede servir en nuestro ilusionante periplo. Nadie echa en una maleta lo que no va a hacerle falta. Y nadie deja de meter en una maleta aquello que sabe que va a echar de menos. Hacer la maleta es sin duda un ejercicio de discernimiento, una criba de nuestras pertenencias, un pequeño proyecto de vida para unos días o unas semanas. Con la maleta arrastramos una parte de nuestro futuro, del más inmediato, que toma forma de equipaje y que se desplaza allá donde vayamos. Y si olvidamos algo fundamental, apretamos los dientes, lamentamos su ausencia y buscamos la manera, incluso la irracional, de recuperar aquello que no entró en nuestra maleta. Aunque sea un hijo.