Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

Un mal solapado

Tanto empeño en repetirnos que la mujer es igual al hombre, que lo es, hace dudar a muchos de esta afirmación. Lo evidente no se repite. La monotonía hace mella en los más templados. Sabemos que en una misma especie los individuos son iguales sin estar calcados y sin haber llegado a la igualdad de replicantes y clones. Sí, son iguales estudiados en un libro de biología. Las diferencias visibles existen en función del cometido de cada sexo, que no son iguales en el hombre y en la mujer ni en el tigre y la tigresa. Lo que es error que se acabará pagando caro es pensar que la vida que una mujer puede elegir hoy se debe a una mutación, gracias a los grandes avances técnicos y sociales y a las misiones pedagógicas de las lideresas del progresismo más ingenuo y elemental. No es así. Se debe al triunfo de la miseria moral y es, por tanto, un engaño.

En el momento, Dios no lo permita, de una catástrofe natural o nuclear que diera al traste con los ordenamientos sociales actuales, en los países ricos se entiende, y la raza humana tuviera que poner en alerta sus defensas para sobrevivir, las teorías feministas más moderadas serían peligrosas para la supervivencia, y las exaltadas y radicales perseguidas por la justicia y juzgadas con rigor. Insisto una vez más por el hartazgo de la pasada campaña electoral. O bien vivimos en una sociedad ideal donde, al no haber problemas, hay que crearlos, o los defensores de las teorías feministas más absurdas creen realmente en lo que predican. Se trataría, entonces, de un peligro cierto que va contra el orden natural de las cosas. Mientras vivamos entre los países ricos, industrializados y urbanos, habrá problemas personales por esta causa, ya los hay; pero en situaciones de emergencia, el pensamiento blando que pretenda seguir con la ideología del feminismo sucumbirá.

En Cervantes hay un ejemplo: mientras Don Quijote mezcla realidad y ficción, admira y divierte a los discretos, pero cuando en el puerto de Barcelona hay un suceso de lucha real contra un bajel pirata y quiere intervenir, deja de tener gracia y lo disuaden con impaciencia. Auguro una vejez de penitentas arrepentidas a las sectarias que más daño hayan hecho a la identidad, libertad y poder de las mujeres. A ciertas edades, ya retiradas de la política, se les abrirá la mente, si es que hay algo que abrir, y tomaran conciencia del mal causado. Los años agudizan el sentimiento de los errores.

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