De poco un todo

Enrique García-Máiquez

La madurez perdida

MÁS de cuatro millones y medio de parados es un dato aplastante. Para enjuiciarlo, conviene descomponer en grupos esa cifra desmesurada. Viendo los índices de desempleo juvenil, por ejemplo, resulta más sencillo (y doloroso) imaginar la cantidad enorme de esperanzas y energías desperdiciadas que implica. Abre las carnes también el número de familias con todos sus miembros en paro, porque el verdadero colchón de solidaridad y asistencia social -presuman de lo que presuman los políticos- sigue siendo la familia, naturalmente.

Entre tantos datos descompuestos, una cifra alarma mucho a analistas y sociólogos: el millón de parados que superan los 45 años. Tienen muy difícil la reconversión laboral, pronostican los expertos. Sobre ellos pende una condena a paro perpetuo. Si usted tiene esos años, empiece por no creer a pies juntillas tan siniestros vaticinios. Para desmontarlos, urge reflexionar sobre el sentido de sus años. La sociedad y sus modas lo trastocan todo, y nos confunden.

De 45 a 65 es la edad de la plena madurez, cuando se alcanza la máxima capacidad en muchos aspectos, entre los que se cuentan los profesionales, siempre que uno no sea futbolista. Para Aristóteles, la edad perfecta son los 49 años. Lo malo es que la madurez es un concepto que, fíjense, se ha volatizado de nuestro vocabulario y de nuestras admiraciones.

Hoy por hoy, está atenazada por los extremos, que se tocan, haciendo una pinza asfixiante. Por un lado, las prejubilaciones masivas y que se considere de alto riesgo, ya ven, el desempleo de los mayores de 45 años. Y por el otro, todo (la publicidad, el cine, la música) nos anima a sentirnos "muy jóvenes de espíritu". La juventud de espíritu suena de lujo, claro, aunque cuando uno se pregunta qué es, encuentra actitudes, más que juveniles, adolescentes.

La adolescencia fue la edad de los felices veinte, porque se daba hasta llegar a esos años, y ahora es la edad de los infinitos veinte porque dura dos decenios como mínimo. Ha desbordado sus límites. La infancia cada vez es más corta por culpa de una adolescencia precoz que, en los casos más recalcitrantes, sólo acabará cuando sea senil. De la preadolescencia a la prejubilación, y más allá. Este fenómeno lo fomentan intereses comerciales. La adolescencia, como su mismo nombre indica, adolece. Por eso los adolescentes, tratando de llenar su vacío y sus expectativas, son unos consumidores insaciables, no sólo de bienes, sino también de derechos y de sensaciones y de sentimientos y de experiencias. En su momento, eso es lógico y hasta bonito. Los discursos de ZP lo han explotado hasta la saciedad.

Pero España necesita urgentemente un empujón de productividad, de responsabilidad, de seriedad ante la vida y de firmeza. En consecuencia, no queda más remedio que redescubrir la madurez. Los mayores de 45 años deben pensar y ofertar su edad como un valor. Lo es.

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