Mientras la lluvia cae

El mundo está en crisis, España está en peligro, como si alguna vez no lo hubiera estado

Es por la tarde, ya bien entrado el otoño. Pronto se hará de noche. Los días se han ido acortando poco a poco, casi sin que nos hayamos dado cuenta, y el invierno se hará presente en apenas unos días. Las calles del centro de la ciudad, hasta hace poco repletas de turistas y paseantes, de repente, se han quedado desiertas. Hace un rato que cerraron bares y comercios, cesando casi por completo la actividad, ya de por sí escasa, a causa de la lluvia. No se ven niños jugando en la plaza, la tarde no está para ello. Solo un joven se atisba a lo lejos, protegiéndose con un paraguas, acompañado de un perro labrador, deseoso de llegar a casa y tumbarse sobre una alfombra a los pies de su amo.

Me siento a escribir este artículo y la lluvia sigue cayendo. Es poca, pero cala, como le gusta a la gente del campo, suavemente para que pueda ser empapada por la tierra. En un rato será el toque de queda y nadie podrá salir de casa. Ni siquiera la luz de la tienda de ultramarinos que aún permanece abierta, podrá poner un punto de vida en la desolada noche otoñal. Llega un olor a leña quemada que me transporta a la soledad del campo. El vecino de un ático cercano debe haber encendido la chimenea en un intento de sentirse acompañado, como desde siempre hicieron los seres humanos al recogerse alrededor del fuego.

En la radio solo hay fútbol retransmitido por locutores vociferantes, creando un clima de desasosiego y vulgaridad que no me sirve de compaña. La programación televisiva rara vez logra despertar mi interés. Sobre la mesa los periódicos del día. Noticias sobre la pandemia y las cifras de fallecidos, como si fuese una competición deportiva cuya clasificación varía cada semana. El mundo está en crisis, España está en peligro, como si alguna vez no lo hubiera estado, la depresión económica será terrible cuando acabe la pandemia, el paro y las dificultades asolarán pueblos y ciudades, la cultura que hemos conocido como occidental, presenta signos inequívocos de que está llegando a su fin.

Mientras tanto, la lluvia sigue cayendo, despacio, poniendo música de fondo a una noche sin ruido de coches, sin bullicio de bares ni camiones de descarga. El aire es húmedo y sigue oliendo a leña quemada. El silencio llena la calle vacía, como única verdad. Solo existen la luna creciente, la noche cerrada y el silencio. El resto parece falso, es un mundo inventado.

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