Con la venia

Fernando Santiago

fdosantiago@prensacadiz.org

No llamen a mi puerta

El que no abra la puerta es un sieso, y el que no tenga caramelos preparados será reprobado públicamente

Vale, me rindo. No puedo más. Desde que he leído a Fernando Savater he llegado a la conclusión de que todo lo que yo había escrito hasta la fecha en torno a Jalogüín (a él se le olvidó la diéresis, por cierto) estaba equivocado. Es una fiesta tierna y divertida. No hay que tener prejuicios por el hecho de que venga desde los EEUU y haya marginado a otras costumbres españolas que pensábamos arraigadas. Los niños lucen encantadores disfrazados de fantasmas, de vampiros, de Frankestein o de esqueletos. Qué ternura despiertan esos pequeños así vestidos, aunque sea para copiar lo que ven en la tele. No he visto aún calabazas en las ventanas pero todo se andará. Repiten lo de "truco o trato" sin comprender en realidad lo que significa, como una puerta abierta a que les den caramelos. Qué decir de los papás y las mamás que acompañan a las pandillas de niños en sus excursiones a casas de los vecinos: qué ejemplo de responsabilidad y compromiso. ¿Y los vecinos? El que no abra la puerta es un sieso y el que no tenga caramelos preparados será reprobado públicamente. Una fiesta encantadora, ya digo. Incluso resulta fantástico ver a los adolescentes gastando bromas sin parar: qué age más grande, que graciosos haciendo el gamberro disfrazados por toda la ciudad. De aquí a nada empezarán también las fiestas de adultos, al fin y al cabo si de algo se sabe en Cádiz es de disfrazarse y en cuanto nos demos cuenta de que los actores de Hollywood van a fiestas de Halloween , empezaremos a hacerlas.

Por supuesto quedará algún romántico que pretenda mantener la representación o la lectura del Tenorio, pero la avalancha lo arrollará.

Será llamado, con justicia, un antiguo y un malage. Yo no he querido nunca ser ni rey mago, ni cartero real, ni estrellito de Oriente. No tengo interés en ser socio del Cádiz ni animar con las Brigadas. Paso de procesiones, cofradías, patronas y patronos, paso de medallas de oro, de plata y de bronce, de hijos adoptivos y de hijos predilectos, de academias de todo tipo, de ateneos y casinos, de placas y de calles.

Pero me hubiera encantado representar a Don Juan o, como mucho, a Don Luis. Es una frustración que llevo en mi alma, me iré al Mancomunado sin haber satisfecho la declamación de algunos de esos maravillosos versos de Zorrilla. Las hordas de jalogüineros lo invaden todo así que me moriré sin haber jugado en el Atleti ni haber dicho aquello de " Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, y en todas partes dejé, recuerdo amargo de mí".

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