Con la venia

Fernando Santiago

fdosantiago@prensacadiz.org

Los límites del humor

Este carnaval se formó polémica porque una chirigota criticó por fea a la hija de Jesulín de Ubrique y otra simuló la decapitación de Puigdemont. Por lo visto a las mentes bienpensantes no les gusta el humor que por esencia debe ser trasgresor, a veces desagradable incluso pero con la sencilla base de que al que no le guste que no lo oiga.

Cuando ocurrieron los asesinatos en Charlie Hebdo hubo una ola de solidaridad en todo el mundo y a la mayoría le faltó tiempo para posar con los lápices en la mano en señal de apoyo al trabajo de los humoristas de esta revista sin conocer el humor radical que practicaba.

Hasta El Jueves sufrió un secuestro por un chiste sobre Felipe VI. El humor no conoce más límites que el natural de las leyes: la intimidad, la protección a la infancia y poco más. Se pueden hacer chistes sobre todo y sobre todos, sea la Iglesia, Carrero Blanco, los gitanos, las mujeres o los discapacitados. Ahora nos resultaría desagradable oír los chistes de Arévalo sobre gangosos o mariquitas aunque no creo que a nadie se le ocurriese denunciarlo. Un humorista gallego tenía un monólogo sobre los gitanos. Veo normal que algunos integrantes de esta etnia se hayan molestado pero no por ello vamos a ponerlo a que arda en la plaza pública. No he escuchado en mi vida a Rober Bodegas pero detesto el oportunismo de algunos políticos con la crítica al monólogo. No sé qué pretende Manu Sánchez con esos comentarios tan fuera de lugar. Como dice David Broncano, los límites del humor son ninguno. No podemos solidarizarnos con la chica que colgó un tuit riéndose de Carrero Blanco y luego querer censurar a Rober Bodegas, no podemos apoyar a lo titiriteros y luego escandalizarnos por una tontería. Al que no le guste el humorista, que no le siga. Hay muchos canales de televisión, muchos periódicos, millones de páginas en las redes sociales, espectáculos de todo tipo. Parecemos todos integrantes de la chirigota Los Susceptibles: nos estamos convirtiendo en una sociedad de almas pacatas que se ofenden a las primeras de cambio. La policía de la moral y las buenas costumbres ataca con las armas del buenismo, no vaya a ser que se escandalice una minoría étnica, que las feministas te acusen de promotor de la violencia sobre las mujeres o cualquier otra atrocidad por el estilo. Siempre hay alguien que puede ofenderse por cualquier cosa. No habría ni humor ni libre expresión de ideas. Salvo la promoción de la violencia, todo lo demás es tolerable, en mi equivocada opinión.

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