UN año más La Liga se prepara para un nuevo curso con la misma emoción de siempre, es decir ninguna. Lejos quedan esos años de principio de siglo donde la rebeldía de equipos como Deportivo de La Coruña, Valencia Club de Fútbol o Real Sociedad servía para arrebatar o tratar de discutir la hegemonía ominosa de los dos grandes del fútbol español.

Aunque la Liga Profesional de Fútbol (LFP) y los éxitos de La Roja lo traten de confirmar la veracidad del tan repetido lema de La liga Española, la liga de las estrellas, la mejor liga del mundo, lo cierto es que la competición nacional sufre un gran desgaste propiciado por la gran diferencia que marcan FC Barcelona y Real Madrid respecto al resto.

El fútbol, igual que otros muchos ámbitos de esta vida, se dejó hace tiempo conquistar por el negocio, por el dinero, algo que marcó la sentencia para que el deporte quedara aparcado y terminara por convertirse en un juego de supervivencia frente a la venta de camisetas o a los pactos televisivos, entre otras muchas desviaciones que nada tienen que ver con la pelota.

Para solventar esta falsa esperanza, se tiene que asumir cuanto antes el hecho de que hoy por hoy, La Liga se encuentra por detrás de Inglaterra o Alemania. No solo a nivel futbolístico, como ya se ha visto reflejado en las últimas ediciones de competiciones europeas de clubes, si no también en la ausencia de un reparto equitativo de los beneficios que, en el caso de que se acometieran en España, quizás ayudara a igualar la balanza para lucir la competición algo más allá de la décima jornada como ocurre desde hace años.

Con el deseo de que el pitido arbitral traiga de nuevo el delirio a los estadios, debería llegar también el deseo de todos los amantes de este deporte de ver cómo surge una alternativa creíble que traiga un aire renovador que sirva de ilusión para romper con la feroz dicotomía de culés y merengues.