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Rafael Padilla

El lecho de Procusto

SEGÚN la mitología, Procusto -o Procrustes, el estirador, apodo con el se conocía a Polipemón- era un bandido del Ática que había construido en su casa un lecho de hierro. Tenía por costumbre salir a los caminos y detener a los viajeros, invitándolos a cenar en su morada. Cuando terminaba la cena, los tendía sobre el lecho de hierro. Ajustaba la cabeza del infeliz al catre de la cama de manera que si sobresalían por la otra parte las piernas o los pies, se los cortaba para que el cuerpo se acomodase a la largura de aquélla. Si, en cambio, al situarlos allí no llegaban a la cabecera y a los pies, los descoyuntaba. En lugar de acomodar el lecho al tamaño de las personas, hacía que éstas se ajustaran a sus fatídicas medidas.

La historia de Procusto, y de su traumático modo de lograr la uniformidad, me parece especialmente útil para explicar los errores que se están cometiendo en el proceso de reestructuración del centro-derecha español. Las diferencias de criterio en el seno de un partido político no sólo son normales, sino hasta deseables. Esa percepción, que creo siempre atinada, lo es aún más en aquellas opciones que aspiran a lograr una mayoría social suficiente. De ahí que, a diferencia de cuantos se escandalizan por las fisuras que empieza a mostrar el PP, para mí supongan, sobre todo, una prueba palpable de que se trata de una organización viva, sensible todavía al doble debate abierto en la sociedad y en la opinión pública sobre las personas que han de dirigir el proyecto en el futuro y sobre las ideas que éste debe representar.

Porque en el PP conviven perspectivas diversas, es la hora de realizar el generoso esfuerzo de armonizarlas, de profundizar en las aportaciones útiles de cada cual, de confrontar propuestas y modelos desde la inteligencia, la lealtad y el sentido de la responsabilidad que a todo interviniente se le presupone y ha de exigírsele. Al cabo, ése es el mayor patrimonio de un partido que, por liberal, dice abominar del personalismo, de la disciplina boba y ciega y del centralismo leninista tan en boga hoy en otras formaciones políticas.

Rajoy tiene que entender que está al frente de un grupo de hombres y mujeres que son y se sienten libres, en el que nadie sobra y todos suman. Yerra cuando, a la manera de Procusto, mutila lo que no encaja en su diseño. No es eso lo que se espera de él, sino el talento y la grandeza imprescindibles para permitir y encauzar el diálogo, conseguir puntos de encuentro, ilusionar de nuevo a un electorado ávido de alternativas y legitimar su liderazgo, o el de quien convenga, en cimientos nítidamente democráticos. Por el bien de todos y el suyo propio. O, si acaso, aunque sólo sea porque, como bien nos narra el mito, al final Procusto sufrió en carne propia lo que él había hecho a otros.

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