Amí me da mucha pena cuando oigo o leo alguna muestra de corrupción política. Me recuerda al Piyayo: "A chufla lo toma la gente/ y a mí me da pena/ y me causa un respeto imponente". Hay pocas cosas tan hermosas como servir a tu pueblo desde un puesto de responsabilidad. Desde un puesto público puedes hacer muchísimo bien a los demás y al mismo tiempo sentirte realizado y satisfecho de haber luchado por el bienestar de los ciudadanos. Por eso cuando alguno olvida el porqué está donde está y se unta con la manteca pública, se ha degradado, ha confundido al pueblo con su bolsillo. La gente lo toma a chufla -¡y tanto!-, lo toma a guasa y dice que todos son iguales, que todos son mangantes, que quien más o quien menos se llena la faltriquera.

Y es la dinámica, el trabajo de los hurones bastardos. Siempre recuerdo a este respecto lo que me contaba un alto dirigente de una gran empresa española, con respecto a un país norte africano. Decía que después de la revolución y su independencia, era tal el grado de entusiasmo e idealismo de sus dirigentes que era imposible untar a nadie o predisponerlo a una concesión o adjudicación de obra o servicio público. No había manera de comprar a nadie. Pero que poco a poco fue relajándose... ¿Pasará también con nuestra democracia? ¡ Luchar por ella era muy grande y hermoso! A lo mejor esos ideales están agotados y muchos pueden creer que la verdadera democracia empieza por uno mismo.

Por otra parte, con la de controles que hay, ¿cómo es posible que en un ayuntamiento se puedan adjudicar obras directa e interesadamente o quedarse con el dinero de la caja? Solamente se me ocurre que en tales casos el que manda es un soberano dictador, que no cumple la ley y termina por creerse y convertir el Ayuntamiento en su cortijo.

Muchas consideraciones se pueden hacer al tema , pero de verdad les digo a ustedes que cuando oigo, leo o veo algo así, con lo hermoso, noble y grandioso que es servir a tu pueblo, ¡a mí me da pena y me causa un repudio imponente!