El largo viaje del Mago

Ha vuelto a Cádiz, a los 60 años, como un Ulises que regresa a trancas y barrancas. Ya sólo quedan recuerdos

Puede que en otra vida Jorge Alberto González Barillas hubiera sido un personaje en un cuento de Gabriel García Márquez. Puede que se hubiera escapado de las páginas de un libro, donde quizás convivió con El último viaje del buque fantasma, Blacamán el bueno vendedor de milagros, o La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Puede que su magia sea la consecuencia de una vida apócrifa, donde las leyendas se mezclaban con las fantasías hasta confundirse con la realidad. El Mago no había sido un futbolista, sino un personaje. El principal enemigo de un mago será siempre él mismo, porque conoce los trucos de su magia. Así construyó dos mundos.

Ha vuelto a Cádiz, a los 60 años, como un Ulises que regresa, a trancas y barrancas. Ya sólo quedan recuerdos de un tiempo imposible, que fue el suyo. Aquellos goles, aquellos regates, aquellos partidos en los que no estaba presente. Hasta que aparecía de pronto, como un ángel del balón, para anunciar que había otro fútbol diferente. Le decían Mágico por eso, porque la magia se servía a cuentagotas y en dosis imprevisibles. Algunos pensaban que estaba dilapidando su talento, dejando escapar los millones que ya empezaban a circular con alegría en el mundo del fútbol. Pero él no era un Maradona bufo, sino el Mago González, aquel muchacho que regateaba como un poseso con la selección de El Salvador, el que maravilló en un partido del Mundial 82 en Elche (precisamente en Elche), a pesar de que su equipo perdió por 10-1 frente a Hungría.

La mayoría de los entrenadores que tuvo apenas lo entendieron. Hasta que creció el mundo paralelo de las leyendas. Se mezclaban aquel regate ortopédico a Arteche, el central del Atlético de Madrid, o el gol que marcó en Mestalla al Valencia, con la siesta en un descanso en el estadio Vicente Calderón, o las visitas de cierto entrenador a las orgías de las mil y una noches que se le atribuían en un edificio del Paseo Marítimo.

Con el avance del tiempo, se quedaron las leyendas. El Mago que le regaló sus zapatos a un pobre. El Mago de la bohemia, que no escondió los talentos, pero nunca pudo ser millonario. El Mago que regresó a El Salvador, donde también era un ídolo, pero a la salvadoreña. El Mago que se ocultaba como taxista. El Mago que iba a volver algún día a Cádiz, pero nunca llegaba. El Mago que dejó en el aire aviones para los que ya tenía su billete. El Mago que era una mezcla de sueños y de sombras, como una reencarnación de su propia magia. Volver a Cádiz es otra forma de irse, de agrandar sus leyendas.

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