Los jubilatas

Sea con Sánchez o con Casado, el jubilado español pasará a ser un ejemplar autóctono de difícil hallazgo

Parece que el señor Escrivá, ministro de la Seguridad Social, nos quiere poner a currelar hasta mucho después de los 70. Esto es, hasta que se nos pasen las ganas de viajar con el Imserso. Con esta sugerencia, suponemos que la ministra Díaz andará presa del insomnio, pensado que el capitalismo no duerme y le madruga sus menguados logros. El caso es que, según el señor Escrivá, no hay por dónde salvar las pensiones si no es reduciendo el periodo jubilar. Un periodo, por otra parte, que la pandemia ya se había encargado de reducir, puesto que ha rebajado la esperanza de vida en casi todo el globo.

¿A qué edad cobraremos, entonces, la pensión? Según el ministro Escrivá, sobre los 74. Pero, claro, ahora queda ver qué opina el presidente Sánchez, la ministra Díaz, los "agentes sociales" y sus leales socios, por ejemplo el PNV, que ya se ha apresurado a decir nones. En la reciente convención del PP, el expresidente Rajoy pronosticaba al candidato Casado una reforma ineludible de las pensiones. Lo cual quiere decir que don Mariano sospecha que este gobierno no la hará, y que dicho entuerto caerá -si cae- sobre los bisoños y juveniles hombros de su pupilo. Quién sabe. Lo cierto, en todo caso, es que, más que una conspiración del gran capital, esto parece una conjuración de los elementos, a la manera filipina (de Felipe II y la Armada Invencible), ya que nos encontramos en un país envejecido, en crisis y con un alto paro juvenil. Asuntos todos que, por un lado, recomiendan la prejubilación, para dar cabida a la muchachada; y de otro, exigen la prolongación de la vida laboral, que nos va a tener "bancando", como dicen nuestros queridos argentinos, hasta que se nos ablanden los juanetes.

A esto debe añadirse que, a pesar de la rebaja última, el ser humano vive mucho más que hace unas décadas, y que la edad de jubilación no contemplaba dicha circunstancia. De modo que, sea con Sánchez o con Casado, el jubilado español pasará a ser un ejemplar autóctono de difícil hallazgo, como el lince ibérico o el señor Puigdemont. Todo lo cual, suponemos, mejorará en algo cuando salgamos del ralentí económico y se reduzca sustancialmente el gasto. En cualquier caso, este infortunio nos iguala a los actores de teatro, quienes pretenden morir sobre las tablas, como Molière. Recordemos que monsieur Jean-Baptiste murió -ya es mala suerte- cuando representaba El enfermo imaginario. Obra que hoy podríamos trascribir, sin mayores violencias, como El jubilado ilusorio.

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