Línea de fondo

pedro / ingelmo

El insulto como seña de identidad

INSULTAR es una actividad habitual en los estadios de fútbol. Lo hace la grada, lo hace el futbolista. Yo mismo lo he hecho en la histeria de un final apretado o después de ver cómo los jugadores de tu equipo dan doscientos pases erróneos o cuando el árbitro se inventa (y yo qué sé) un fuera de juego o cuando el defensa rival hace el trabajo por el que le pagan. Siempre se dijo que un estadio de fútbol -antes de que llegaran las redes sociales- era el lugar ideal para desfogarse los fines de semana, para expulsar la tensión con gritos al vacío. No es que sea una actitud civilizada pero, al fin y al cabo, tampoco hace daño a nadie si se tienen las espaldas anchas y las madres de los mentados tienen como virtud la resignación. Es cierto que todo tiene un límite. Las veces que he ido al Sánchez Pizjuán a ver a mi equipo me he sentido atemorizado como en ningún otro estadio. Jamás he sufrido un encuentro violento y fuera del estadio, antes y después del partido, me he cruzado con sevillistas en actitud cordial -aunque me cuido muy mucho de no llevar camisetas ni signos externos-. Dentro es otra cosa. Que se reciba a un equipo al grito de "asesinos" no es la mejor carta de presentación sobre urbanidad. Seguidores de otros equipos me han confirmado esa impresión. Ayer lo corroboró el propio presidente del Sevilla: "Somos los que más insultamos". Lo dice él, no lo digo yo. Y no entiendo muy bien a cuenta de qué cuando conozco a muchísimos palanganas que son exquisitos fuera de Nervión y se transforman dentro, empujados por la ola faltona. El Jekyll y el Hyde sevillista quizá tome una poción más cargada de testosterona. Señalar sólo al Sevilla de esta mala costumbre, del mal gusto en los cánticos, de la cantinela racista, de la incomodidad de la rabia y el desprecio sería una soberana injusticia. Ir a un campo de fútbol a día de hoy necesita dosis de paciencia y se echa en falta sentido del humor. No se trata de no insultar, faltaría más, se trata de hacerlo sin odio.

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