La tribuna

josé Manuel Aguilar

La importancia del idiota

DESDE el principio de los tiempos, el idiota ha sido un personaje al que no se le ha dado el lugar ni la importancia que se merece. La literatura, el teatro o la televisión no han hecho justicia al fundamental papel que en la sociedad desempeña este sujeto. El idiota es el alfa y el omega de gran parte de nuestro quehacer cotidiano y el silencio que se cierne sobre él necesita ser roto más pronto que tarde, pues es el responsable del ostracismo que cubre la altura de sus alcances.

Necesitamos al idiota para que provoque trabajo de forma innecesaria. Aquí incluiríamos al querulante, al burócrata, al compilador y al mediocre, personajes con los que diariamente lidiamos, pretendiendo esquivarlos como boxeador de cintura bien entrenada. Quién no se ha visto sometido a la reiteración innecesaria, pero siempre insoslayable, de rellenar impresos con autocopiativo o leer algo que ya otros dijeron.

Necesitamos al idiota para que nos lleve al borde del abismo, nos fuerce a mirar la oscuridad del fondo y, sólo en ese momento, nos replanteemos qué estamos haciendo. Los nacionalistas, los populistas y los ingenieros financieros cabrían en este subgrupo. Es imprescindible que los nacionalistas alcancen sus objetivos: dividir bajo la excusa de la diferencia, pero en la que siempre subyace el tufillo del yo soy mejor que tú. Es el único camino para descubrir el desastre común que acarreará y así algunos se planteen que mejor volver a estar juntos, luchar sumando fuerzas, colaborando día a día, cada uno en lo que mejor sepa hacer y en el grado que esté capacitado, para recuperar otros cincuenta años de tranquilidad hasta el advenimiento del siguiente idiota. Porque eso será ineludible. En periodo regulares los idiotas aparecen en la historia, con la cadencia de la ola en la orilla. El idiota es, por encima de todo, inevitable.

El idiota adanista y el iluminado son otro tipo de idiotas que fagocitan millones de nuestras escasas horas de vida en este mundo. Nada más laborioso que contestar a lo que ya se ha contestado una y otra vez, se ha comprobado empíricamente, escrito y razonado. Este tipo de idiota siempre está dispuesto a mostrarnos que la tierra es redonda pero que, si eso no hace que estemos contentos, también puede ser plana. En la mente de este personaje todas las realidades caben, a la vez y con igual peso, ejemplo claro de su soberbia capacidad y altura intelectual.

El idiota artista es un contribuyente básico a nuestra vida, especialmente en las horas en las que se supone deberíamos de disfrutar del ocio. Este tipo es el encargado de volver a filmar la misma película una y otra vez, pero siempre anunciando que ha ido más allá, ha logrado profundizar en o superado la entrega anterior. Este grupo es el responsable de que importe muy poco el canal en el que se encuentre el televisor cuando lo encendemos, la radio que escuches o el libro que compres.

Una variante del anterior es el idiota grafitero. No el artista que convierte en bello el cementerio de un muro portante de quince metros de altura. El idiota grafitero al que me refiero es el que emborrona una pared citando la última vez que se tocó, el nombre de su ex novia a la que recuerda con orgullo para vergüenza de sus ex suegros o replica sin maña algún símbolo del cual desconoce la profundidad de su significado.

Al glosar estos sujetos, en esta torpe y no exhaustiva lista, se me hace más difícil entender cómo hasta ahora nadie ha percibido el imprescindible papel del idiota para determinar la economía, la administración pública, la justicia, el tráfico, la tecnología y mil aspectos más que no alcanza mi entendimiento.

No puedo finalizar esta breve semblanza sin olvidar al mayor de los idiotas, el rey entre reyes, el primus inter pares que no es otro que el idiota al que se le entrega una oportunidad y no la aprovecha. Ejemplo para todos el gobernante al que se le entrega el poder, con una renuncia absoluta, casi abandono, acompañada del mensaje de haz el favor de cambiar las cosas, pronto y en profundidad, y no lo aprovecha. Este idiota es piedra angular de nuestra vida, pues él mejor que nadie determina no sólo nuestro presente, sino nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos. A él, y sólo a él, debemos demandarle el que en su actuación se lleve nuestras esperanzas, la ilusión y las ganas de seguir siendo lo que somos, de luchar por lo creemos y que en el hueco anide la desidia, el relativismo y la indolencia.

A modo de resarcimiento, propongo que se declare el día del idiota para recordar los méritos, al menos una vez al año, de semejante grupo humano. No creo que debamos acompañar la petición con la condición de que la celebración sea considerada festivo, pero si algún miembro de los órganos legislativos o ejecutivos tiene a bien considerarlo no seré yo el que proteste. A fin de cuentas hay idiotas en todas partes.

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