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Gafas de cerca

josé Ignacio / rufino /

d ías de mujeres

EL viernes pasado se celebró el Día Internacional de la Mujer. Debemos entender que se dedica un día al año a la mitad de la población con la intención de recordar que existe en el planeta -y no mengua- desigualdad entre sexos, y que tampoco disminuyen sus monstruos colaterales, como la violencia de los hombres contra las mujeres, incluida la propia pareja, en muchísimos más casos de los que Toni Cantó parece computar en sus pintorescas estadísticas. Pintorescas resultan algunas iniciativas para aliñar un buen propósito con unas dosis de folclore con causa, como reservar tal día el palco presidencial de un equipo de fútbol a mujeres, en buena parte señoras de buena familia a las que no interesa el fútbol. O sufrir la circulación en las redes sociales de panfletos hiperglucémicos como éste: "Bellas, inteligentes, luchadoras y, sobre todo, únicas". Excepciones a tal paquete de adjetivos, haylas, y es preocupante la cantidad creciente de hombres que sienten rechazo ante esta efemérides. Muchos procesos de separación repletos de discriminación positiva hacia la mujer han hecho mella en el aprecio hacia el género femenino que los hombres suelen generar por sus madres desde que eran ovulitos inseminados. Pero es bueno recordar, y no sólo los que tenemos hijas, que las estadísticas sobre la igualdad de derechos mueven a apoyar que se dedique un día al año a la concienciación sobre el asunto.

Lo que sucede con estas estadísticas es que tienen una varianza extrema, es decir, que sucede con ellas como con el manido ejemplo de aquellas dos personas que según la estadística se habían comido medio pollo por barba, pero en realidad uno se lo había comido entero y el otro no probó ni las patas. Hay un mundo más desarrollado en el que la mujer vive con derechos equiparables a los de los hombres. Y hay otro mundo, mucho más poblado, en el que la mujer es una costilla, y hasta una esclava. Nosotros, con nuestras lacras, estamos en el primero. Las estadísticas además no nos dejan tan mal.

Esta semana The Economist ha publicado un Índice del techo de cristal, y para comparar entre países -todos ellos occidentales, salvo Japón e Israel- ese freno invisible a la promoción laboral femenina, mete en una coctelera los siguientes ingredientes: porcentaje hombres/mujeres con estudios superiores; tasa de empleo femenina; desigualdad salarial; proporción de mujeres en empleos de alta responsabilidad. Pues bien, los seis países mejor situados son: Nueva Zelanda, Noruega, Suecia, Canadá, Australia… y España. No pueden aspirar a entrar en el ranking países y culturas en los que ser mujer es una desgracia. Como esos países que -de tan españolas maneras- se alaba desde aquí con un cínico relativismo progre. Las encendidas loas fúnebres a Chávez esta semana son un ejemplo del patrio papanatismo. Un machista del quince.

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