OTRA vez el asunto del catalán! De nuevo las alarmas sobre el idioma español y la discriminación de quienes lo hablan. Y otra vez la tristeza que provoca que la lengua, un instrumento creado hace decenas de miles, tal vez millones, de años, por un ser que apenas había dejado de ser simio, y para comunicarse con sus semejantes, sirva para todo lo contrario. Sirve a la desunión un idioma cuando sus practicantes lo exhiben como elemento de diferenciación y hasta de dominio sobre otros, asimilándolo sin demasiado sostén con unas esencias patrias en muchos casos basadas simplemente en la casualidad, los azares históricos y los intereses de algunos.

Pareciera que los nacionalistas más acérrimos en Cataluña usen la lengua no con la naturalidad que se debe a un instrumento aprendido de los padres y con todo el derecho a pervivir, sino como acompañante de otras tesis más sospechosas que abonan su presunta diferencia de ocho apellidos y, en cierta forma, favorecedoras de una segregación interesada y clasista. Se abrazan al inglés para comunicar sus tesis reivindicativas al mundo pero consideran un idioma opresor el castellano que les haría simplemente entenderse mejor con sus vecinos. Ceguera, esperemos que transitoria, le llamo a eso.

Por su parte, en el resto de España, buena parte de sus bienintencionados habitantes desprecian la riqueza que supone para un país tener hasta cuatro idiomas oficiales, y consideran una afrenta a sus esencias que sus paisanos los practiquen desde niños y defiendan su pervivencia como algo querido y hermoso. Es otra vez el rancio, ignorante y agresivo "¡habla en cristiano!" en lugar del deseable, humano y solidario interés en saber qué está diciendo tu interlocutor.

Todo esto se vuelve aún más triste si consideramos que el catalán y el gallego (no así el difícil euskera) son idiomas fácilmente aprendibles o al menos entendibles con muy poco esfuerzo. En cualquier caso, el esfuerzo merecería la pena. Al fin y a la postre, todos tenemos como lengua un latín mal hablado.Qué útil a la par que bello sería si en vez de pelearnos de manera absurda por si hay que decir madre, mare o mai todos supiéramos de manera natural que queremos decir lo mismo. Cuánto más eficaz y alegre sería que en todos los colegios e institutos de esta península eternamente dividida se enseñaran al menos los rudimentos de las cuatro lenguas españolas. Y cómo descubriríamos entonces de resultas, y sin lecciones extras, muchos secretos del portugués, del italiano, del francés, del provenzal, del sardo, del rumano…

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