La debacle socialista y el batacazo del PP ocultaron los malos resultados de Adelante Andalucía, pero no tendrían que invitar a los podemitas a ignorar la realidad. Hasta Íñigo Errejón lo ha dejado claro ante los más torpes: "En Andalucía no hay 400.000 fascistas". Ha sido el único podemita en pedir más "humildad" y "no culpar a otros del trabajo que no se ha hecho bien". Y tendrían que tomar buena nota sus colegas de Podemos, porque los andaluces castigaron con su voto principalmente a PSOE y PP, pero también a Podemos, que esperaba beneficiarse del cabreo general y se quedó muy lejos del objetivo. Ocultar a la desesperada su fracaso con un llamamiento a la militancia para que trate de frenar en la calle a Vox, como si fuese el enemigo del pueblo, no ha sido buena idea, salvo que quieran otorgarle aún más apoyos, que es a lo que se dedican encabezando las protestas con sus concejales.

Los primeros espadas de Adelante por Cádiz, Ángela Aguilera (IU) y José Ignacio García (Podemos), llegaron a reclamar, siguiendo las consignas de Pablo Iglesias, más "inteligencia" y que salieran "a las calles, que son unos cobardes". Está claro que el estado de shock les impidió asimilar su enorme fiasco, porque se dejaron la friolera de 50.000 votos, con propuestas como la moratoria a las grandes industrias en las dos Bahía de la provincia. Y aunque se puede entender que intenten disimularlo en lugar de dar paso a otros, lo que no cabe es su falta de respeto con tics totalitarios. Ni siquiera después de los graves altercados en la capital, admitieron su falta de tino al realizar la convocatoria la misma noche electoral, incitando al odio contra la derecha más exaltada, que le ha birlado la cartera con sus mismas armas.

Y no sólo los votantes más conservadores dieron el vuelco. Muchos indignados han visto en Vox a la única fuerza capaz de canalizar sus reivindicaciones, aún pendientes, y esto es algo que se tendrían que mirar los podemitas si no quieren echarlo todo a perder. PSOE y PP lograron durante décadas gobernar todas las instituciones sin que el 80% del electorado se viera violentado así ganaran unos u otros, porque en el fondo parecían lo mismo, salvando algunas líneas rojas. Todo fue bien hasta que empezaron a dar miedo con tantos casos de corrupción que arrinconaron al bipartidismo. Entonces apareció Podemos, pero en tiempo récord, ha pasado de ser vista como una fuerza transversal, capaz de representar a jóvenes y mayores, pensionistas y parados, y sobre todo a grandes capas de la clase media, a convertirse en una fuerza antisistema de izquierda que se ha escorado definitivamente hacia el ala más radical. El día que los anticapitalistas se alineraon con Pablo Iglesias para derrotar al propio Errejón en el Congreso de Vistalegre le dieron la puntilla a toda posibilidad de representar a una amplia mayoría. Si a esto unimos que Podemos ha tensado la cuerda con la sociedad con asuntos que nada tienen que ver con los problemas del día a día, caso de su ataque a la Corona, sus ansias por servir de palmeros de los independentistas y su ninguneo de la Transición, no es de extrañar que Vox le haya pegado un bocado a sus ambiciones cuando más duele. Si Podemos hubiese alimentado un discurso para todos, en lugar de dedicarse a espantar al electorado potencial, hoy no tendría que lamentarse. Por más populista que sea Vox y más reaccionarias que sean sus ideas ligadas a la inmigración, las políticas de género y la Constitución, ha logrado conectar porque predica lo mismo que se comenta sotto voce respecto al despilfarro de las autonomías, la presión fiscal sobre la clase media y el disparate de la sanidad y la educación. Sobre esto habla la gente y sobre ello se tendrían que volcar Podemos y el resto, si no quieren suicidarse.

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